El súper-héroe que llegó a la luna sin GPS
-¡¡¡Que bueno
mami, estás haciendo torta de
chocolate!!!
-Sí, porque hoy
viene la tía Ale a visitarnos y a tomar el té. Le respondió su mamá a Joaco.
¡¡¡Hipi Hupi!!!,
gritaba Joaco mientras saltaba por la casa; se ponía tan contento porque sabía
que cada vez que venía de visita su tía Ale le contaba historias que a lo divertían
mucho.
Esa tarde luego
de merendar, Joaco y su tía se fueron al fondo de la casa donde había un árbol
grandote. Eran los primeros días de otoño pero aun se podía disfrutar del
calorcito del sol, se sentaron los dos en el pasto debajo del árbol para que el
pequeñín pudiera empezar a escuchar el relato. “Había una vez…” comenzó a decir
la tía Ale, y Joaco abrió los ojos muy grandes como si en vez de escuchar
tuviera que ver lo que iba a suceder…
Había una vez un indiecito en la selva
misionera que era muy arriesgado y valiente, desde pequeño sus mayores le
habían enseñado a cazar, a nadar, a trepar a los árboles, a andar en canoa por
el río y sobretodo a respetar a la naturaleza.
- ¿Cómo se llamaba el río, tía? Preguntó Joaco que era un gran preguntón.
- Paraná. Le
respondió y continuó con el relato.
El indiecito siempre estaba dispuesto a
ayudar a los demás cuando lo necesitaban, recolectaba frutos para los ancianos,
ayudaba a los más chiquitos a cruzar el río con su canoa o colaboraba con la
siembra.
- ¿Qué marca era
la canoa tía? Insistió el preguntón
- No, Joaco las
canoas no tiene marca como los coches, se hacen con madera de los árboles.
Parecía que por ahora no habría más preguntas.
Pero un día en la selva pasó algo muy pero muy extraño, la
luna dejó de aparecer por las noches. La gente del lugar estaba muy triste y
preocupada, las noches eran re-oscuras y
costaba trasladarse, el río extrañaba el reflejo blanco en el agua y las
estrellas corrían de un lado a otro sin saber donde pararse.
Todos empezaron a pensar que podían hacer
para encontrar a la luna y volver a colocarla en su lugar pero no sabían por
donde empezar.
-¿Y por qué no llamaron a un detective?, interrumpió
una vez más Joaco
- Porque esto pasó hace mucho, mucho tiempo y no
existían los detectives. Contestó Ale riéndose por las dudas que le surgían a
su sobrino.
El indiecito propuso preguntarle al sol si
la había visto. Así que empezó a juntar un montón de troncos, de esos que
sobran en las selvas, para construir una escalera alta, muy alta para llegar al
sol y preguntarle por la luna. Algunos se reían de él pero no le importó y
siguió con su plan. Cuando pensó que la escalera era lo suficientemente larga
como para llegar al sol emprendió el viaje, con su arco y flecha por las dudas
y una bolsita con frutas para el viaje.
A
pesar de que cada vez hacia más calor el indiecito seguía trepando, y
trepando hasta que finalmente se encontró cara a cara con el astro
y le dijo:
- Hola señor Sol, disculpe, en la selva
donde vivo se nos perdió la luna, usted
que está tan alto ¿no la vio? Pero todo era muy raro, el sol daba muchas
vueltas y no le contestaba su pregunta.
De repente escuchó un llanto que venía como
de atrás del sol, y sí, aunque no lo creas, era la luna. El indiecito, como
hacía cada vez que descubría algo, se sopló el
rulo que caía en su frente. El
señor Sol la había secuestrado porque a veces la luna, que era un poco traviesa,
se interponía entre él y la tierra provocando eclipses.
El indiecito decidió rescatarla; comenzó a
cantar la danza de la lluvia que le había enseñado el brujo de la tribu y el
cielo se llenó de nubes. Como el sol no podía ver bien, la luna fue rescatada y
vuelta a poner en su lugar. Así todos en la selva volvieron a tener noches
luminosas. Y colorín colorado…
- Tía, no me
dijiste como se llamaba el indiecito…
- ¡¡¡Se llamaba
Joaquín!!!
El pequeñín se puso serio y mirando el cielo mientras
pensaba muy concentrado, su carita morena comenzó a ponerse roja de alegría y salió
corriendo hacia donde estaba su mamá y le dijo a los gritos:
- ¡¡¡Mami, mami
sabés que hace mucho, pero mucho tiempo fui un superhéroe que llegó a la luna
sin GPS!!! Y como hacía cada vez que
descubría algo, se sopló el rulo que caía en su frente y comenzó a revolcarse
de la risa.
Ale, me encantó! Me gusta que haya dos historias en una, pero por sobre todo, que no subestimes a los niños como suelen hacer algunos escritores de cuentos infantiles. El juego con las épocas (el relato mítico de "explicación" de los eclipses junto al contexto de producción tecnológica de los niños de hoy), la forma de redacción y la utilización del vocabulario convocan a "un niño" capaz de disfrutar de la literatura y capaz de pensar o profundizar algunas otras cuestiones. Muy bueno!
ResponderEliminarGracias tere esta dedicado a un sobrino postizo que adopto una amiga en misiones!!
ResponderEliminarnuevamente gracias!!
Me encantó! Pregunta tonta: cómo hacés para justificar el texto? Jjaja! Muy lindo cuento. Todos los éxitos en el concurso. :)
ResponderEliminarYa está, ya encontré como justificar. Estaba escondidito.
ResponderEliminarMe hace acordar a algunas historias que contaba mi abuelo sobre su infancia en Misiones. Yo también soy de allá lejos, y estas historias me siguen cautivando. Hermoso texto, Ale!
ResponderEliminarBueno, la tarada de arriba que comenta sin dejar nombre, soy yo, Mere.
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