El desagradecimiento continuo es creerse
superior al otro. Es ofenderlo. Es cuasi insultarlo. Es creer que el momento de
uno es más valioso que el de los demás. Que las acciones del de enfrente
son menos importantes y por eso no revisten relevancia en un ínfimo derroche (o
inversión) de tiempo.
El menosprecio constante, es creer que el otro
tiene acero en lugar de sentimientos, y que se puede denigrarlo hasta lo más
bajo, con la tranquilidad de no esperar ninguna reacción.
El creernos más notables que algún otro, es
sentir en realidad que somos inferiores a cualquiera, y camuflando las fallas
que tanto nos horrorizan, hacer nacer la vanidad y la fanfarronería, como quien
se tira flores a sí mismo, después de cada función.
El creer que hacemos algo más trascendente que
lo que haga cualquier otro, es creer que cualquier actividad que el otro
realice no es digna de reconocimiento, y dispara las actitudes que demuestran
el desprecio, transformando cada simple gesto en una humillación.
En eso estaba un hombre que recibió un corazón,
creyendo merecerlo más que el muerto.
En eso se quedó aquella mujer que siguió
caminando sin mirar a los ojos y cerrando la boca para evadir respuestas.
En eso estaba quien, simulando seguridad, miraba de arriba abajo con rostro empecinado en el asco y en la aversión.
En eso estaba quien, simulando seguridad, miraba de arriba abajo con rostro empecinado en el asco y en la aversión.
En eso estaba embarrado un joven, el día que
recibe un favor del cielo sin haberlo pedido, vanagloriando al azar.
En eso estaba aquel que mirando su reloj, daba
órdenes sobre la hora a todas las personas que corrían para cumplir una misión.
En eso estaba quien teniendo más recursos,
humillaba a quien no tenía ninguno, y al mismo tiempo pedía lealtad, admiración
y respeto.
En eso estaba la persona que recibió una
palabra de aliento ante el desconsuelo del llanto, como esperando que además de
las palabras, mereciera recibir en las manos, la solución.
En eso estaba quien, frente a un derrumbe envuelto de lágrimas, emitió una sonrisa sádica, como descrédito frente al dolor.
En eso estaba quien, frente a un derrumbe envuelto de lágrimas, emitió una sonrisa sádica, como descrédito frente al dolor.
Y es por eso, que todas esas personas han
pasado por el mundo sin haber vivido, sin valorar almas ni intentos, sin
estimar ayudas, y subestimando gestos.
Cuando probaron la soledad, despotricaron
contra aquello, haciendo causante a la arbitrariedad de la suerte, y culpable a
la indiferencia de los demás, pensando sobre ésta como una injusta acción.
Y es como así un círculo vicioso crece. Como
quien desestima una sonrisa sincera de una persona buena.
Una vez alguien dijo que hay que matar el ego.
Y es el ego eso que aboga por un sin sentido de comportamiento, dejando de lado
la mirada sensible hacia el alrededor.
Quizás hasta en el cuento de Aladino y la
lámpara, el genio debería aplicar como regla la valoración de lo brindado, para
saber apreciarlo mejor. Que los dones que se avecinan con solo un chasquido de
dedos (o frotando un objeto) se reconozcan inherentes a la naturaleza de la
esencia y no de los automerecimientos.
Sin embargo, olvidamos el tiempo, el oxígeno
con el que respiramos, cada instante que se nos es brindado, y a su vez exaltamos la juventud y la
belleza, la salud y el dinero, y hasta la educación, como recompensas a quienes
somos, como si por esas prestaciones fuéramos algo. Le restamos importancia a
la posibilidad, a la hora exacta y el día adecuado, al pensamiento sano que nos
hace conscientes, a la causalidad y la casualidad, y a la amalgama de seres que
nos hemos cruzado y que estuvieron allí para aleccionarnos en algo, o para darnos una
brisa de aire nuevo, aún en lo malo y terrible, aún en el desamparo y en la
aflicción.
Es por esto que cuento, que los seres que antes
he mencionado, habiendo vivido su vida y habiendo muerto, abandonaron sus alas,
arrojándolas en la cara a Dios cuando fueron ángeles (porque el sinfín de
oportunidades de cambio se agotan aún en el cielo), argumentando que los
protegidos seguían humillando, denigrando, desagradeciendo, olvidando a los
demás, creyéndose inmortales, exigiendo ser amados, respetados, recordados, y
hasta desvalorizando la custodia, ante la imposibilidad de verlos.
Y Dios les ha respondido, a cada uno de ellos:
Y Dios les ha respondido, a cada uno de ellos:
- Tú has hecho lo mismo en su momento, pero eres
libre. Deja las alas y vete a estar solo, con tu propio yo.-
Amén!!! cuanta sabiduría en estas palabras me encantó,, sentimientos y realidades se conjugan en cada palabra.
ResponderEliminarAmen!!! esta muy bueno
ResponderEliminarmauro litvak