La del ojo de vidrio empezó a golpear puerta por puerta. Era hora de despertarse. La consigna estaba dada y no respetarla sería motivo de castigo.
Una hora de rodillas frente a la cruz o tres rosarios antes de almorzar podrían acabar siendo la represalia. Sólo diez minutos tendríamos para asearnos, tender las camas y vestirnos antes de salir de la habitación. El cuarto debería quedar cerrado con llave y una vez afuera cada una de las residentes formaríamos la fila correspondiente para descender al comedor.
Si quería sorprender a las chicas no podría más que apurarme, sortear el hábito gris y aventurarme en su dormitorio antes de que la santa tuerta doblara por el pasillo y recorriera por segunda vez la línea de cuartos entre los que me encontraba.
Sólo se escuchaban los tacos de la monja hacer rechinar los tablones de madera. Según mis cálculos faltaban doce pasos para llegar a la escalera, desde donde doblaría sobre sí y volvería a transitar el recorrido. Tenía el tiempo justo para concretar la hazaña.
Abrí la puerta y corrí hacia donde dormían mis compañeras. El ruido de las pisadas aumentaba pero yo ya estaba por llegar. Entré apresuradamente y grité -¡foto, foto!
Apenas se incorporaron de la cama apreté el botón. Habían quedado retratadas. No pude evitar sentir la euforia de la victoria. Lo había logrado. Había vencido.
Cuando miré a Vero no noté en su cara la misma sensación de satisfacción. La sonrisa registrada en la fotografía se había evaporado. Hizo un gesto con la cabeza y me di vuelta.
La hermana Bernarda me miraba a medias pero con gesto de ira completo. Con un solo ojo le bastaba para destellar la totalidad de la furia. Me tomó del brazo, me quitó la cámara y me arrastró hasta la iglesia en donde me obligó a pedir perdón durante el resto de la mañana. No permitió que nadie interrumpiera mi rezo y vigiló que mis rodillas permanecieran quietas sobre el piso. Se mantuvo ese rato parada por detrás de mí, balbuceando algunas oraciones.
Aún sigo sin entender por qué repetía a cada rato que algún día se lo iba a agradecer.
Hoy me toca a mí recorrer el pasillo. Confieso que soy un poco más indulgente y aletargo mis pasos convirtiéndome en cómplice de las corridas y portazos que las pequeñas desenredan a mis espaldas. Alguna que otra vez una cámara de fotos me recuerda aquel momento y no puedo más que hacer la vista gorda frente a lo que simplemente es una inocente travesura.
Cada tanto sigo pidiendo perdón al cielo, un poco con bronca y otro poco con remordimiento. Pido perdón mientras miro por la ventana el mundo que me rodea. Pido perdón y, entre lágrimas, le pregunto a Dios cuánto faltará para dar por cumplida mi penitencia.
Divino! Me encantó que está escrito en primera persona y que va tan fluído!
ResponderEliminarQué imagen esa de mirar por la ventana. Un pedazo de vidrio separa dos mundos, dos YO tan distintos, tan lejano uno del otro.
ResponderEliminar"Aún sigo sin entender por qué repetía a cada rato que algún día se lo iba a agradecer." durísima esa...
Genial!
Daniel! Siempre olvido anotarme.
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