Hace unos meses, sin motivo aparente, invitamos a unos amigos a casa.
Aimará no estaba, creo que tenía cita con sus compañeros de facultad,
probablemente para ver una película o terminar algún práctico. Mi hermano y yo,
como buenos anfitriones, preparamos varias bebidas y tentempiés para agasajar a
los invitados. A eso de las 12 de la noche, llegó Aimará a casa y me dijo que
por favor baje al hall de entrada rápido, porque Tito había tenido un
accidente.
Tito Villalba es mi vecino del piso 15. De todos los vecinos, fue uno
de los primeros que nos saludó con una calurosa bienvenida al edificio, año y
medio atrás, cuando nos mudamos a Villa Crespo con Juan y Aimará -mi hermano y
mi amiga, respectivamente.
Tito es un hombre de muchas décadas; casi ocho, diría yo. Tiene una
joroba prominente, la cual lo obliga a caminar casi mirando al piso. Un tipo
muy macanudo. Dice ser fotógrafo, uno de los primeros de la Argentina. Dice
haber sido fotógrafo de la revista Gente, y dice haberse codeado con toda la
farándula de varias épocas. Dice tocar la batería. Al parecer, se junta todos
los lunes con sus amigos a hacer jamm sessions en Marcelo T. y no recuerda qué
calle. Dice tener una batería armada en su propio departamento y tocar de vez
en cuando. En varias ocasiones nos invitó a escucharlo un rato, oferta que
siempre rechazamos por falta de tiempo o de interés. Una vez, hace un par de
semanas, me invitó a Puerto Madero, para posar en alguna sesión fotográfica que
se le había ocurrido. “Quiero que seas vos, primero porque sos morocha, y
segundo porque sos mi amiga”, me dijo aquél día cuando nos encontramos en la
esquina de Corrientes y Thames. Un par de días después me mandó una esquelita
por debajo de la puerta del departamento dando de baja la sesión –a la cual,
por cierto, nunca accedí- por motivos de salud; sufre de broncoespasmo. Ramón,
el portero del edificio, dice que a Tito le faltan un par de caramelos en el
frasco, y que no le demos mucha bola porque después no vamos a poder sacárnoslo
de encima. A veces me habla en un francés que no entiendo –en realidad, no
entiendo ningún francés, pero el que habla Tito ni siquiera es interpretable-,
y a veces en inglés. Me habla de sus amigos de la librería que está por
Corrientes, y de las idas y venidas al médico, recorridos que hace casi a
diario, solo, porque nadie lo acompaña.
En cierta ocasión, una vecina chusma del edificio me contó que nadie sabe realmente si Tito vive o no vive
solo. Por momentos se escuchan ruidos fuertes que salen de su casa, pero nunca
ven a nadie más que a él entrar o salir de ese departamento. Otro vecino, el
jovencito del octavo, me dijo que se lo cruzó en algún pasillo. Tito tiene la
teoría de que los ascensores no son de confiar, y es por eso que, cuando no
está atacado del pecho, baja los 15 pisos por escaleras. “Prefiero morir
haciendo ejercicio, que traicionado por una máquina”, me dijo una vez.
A pesar de ser un tipo grande, Tito dice vivir con su madre.
Miles de cosas pasaron por mi mente en el momento en que Aimará me dijo lo de Tito y el accidente:
imaginé cualquier situación en la que pudo haber estado involucrado un hombre
de casi ochenta años, y de la cual haya salido lastimado. Cuando bajé, me lo encontré
sentado en unos escalones de la entrada. Tenía un tajo de poco menos de 5 centímetros en la frente. Estaba temblando,
y no quería hablar con nadie –sépase que estaban otros dos vecinos de no sé qué
piso intentando ayudarlo-. Cuando lo vi, me senté al lado y le pregunté qué
pasó.
-Mi madre está loca, Mercedes. Y vos lo sabés, te lo conté en un par de
ocasiones. Está vieja, cualquier cosa la exaspera, y se pone violenta. Por eso
me puse nervioso y me caí de las escaleras.
Nunca me había dicho nada sobre
su madre. Y lo que más me llama la atención es que la única vez –de la que se
trata este relato- que se refirió a ella, no la llamó por su nombre, sino que
la llamó solamente mi madre.
-¿De las escaleras? ¡Pero si en tu casa no hay escaleras! ¿Seguro que
te pasó eso?
-No, bueno. De las escaleras no. Me resbalé mientras discutía con mi
madre.
-Te habrás tropezado con un cable o algo así. Bueno… ¿estás bien?
¿Necesitás algo?
-Bueno, en realidad, Mercedes, mi madre me lastimó. Ella se pone muy
nerviosa, y a veces me pega, y me lastima. No te preocupes, ya llamé a la
policía. Quedate conmigo un ratito que ya llegan.
“¿A la policía?” pensé yo. A esa altura de la noche mi mirada estaba un
tanto perdida, y mis palabras carecían mínimamente de sentido. “¿Y qué mierda
le digo a la policía?” pensé de nuevo.
Veinte minutos después, llega un patrullero.
-¿Otra vez usted, Tito? ¿Qué pasó ahora?
-Es mi madre de nuevo, muchachos. Se puso violenta y me lastimó. Miren-
y señaló el tajo en la frente.
Yo, muda.
-Y usted, señorita… ¿es familiar? ¿Podríamos tomarle declaración?
Mi corazón se paraba. Si los señores me acompañaban hasta mi
departamento a buscar algún documento que acredite mi identidad, sentirían
desde el pasillo el aroma dulce y espeso que salía de allí. Y si se daban
cuenta de que ya se me empezaba a dificultar esto de articular palabras, se darían
cuenta. Y yo terminaría presa. ¿Qué hago? Pensé en miles de posibilidades en
dos o tres segundos.
-No, la señorita es mi amiga. Y mi vecina. Andá, Mercedes, yo me
encargo- dijo Tito, tal vez dándose cuenta de mi parálisis total.
Al día siguiente, cuando salía apurada a mis ensayos de teatro, me lo
volví a cruzar en la esquina, esta vez, de Thames y Camargo. Me agradeció por
darle bolilla la noche anterior.
-Cómo se nota que sos del interior-, me dijo y sacó un cuaderno de su
bolsa de supermercado. –Un regalito, para que escribas lo que te parezca.
Cada vez que me lo cruzo por el barrio, me pregunta si ya escribí algo
en ese cuaderno, sin imaginarse en lo más mínimo que lo primero que escribí
allí fue esta historia.
Una ternura total y atrapa no podes parar de leerlo y Tito existe??
ResponderEliminarAlejandra
tito existe, es mi vecino! esto es una historia real!
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