viernes, 28 de junio de 2013

Impunida-Alejandra

Impunidad
Impunidad, palabra que forma parte nuestras conversaciones cotidianas, sin sentarnos ni siquiera un segundo a pensar en que contexto la aplicamos. Solemos hablar de impunidad política, económica o estatal, pero  muchas veces  nos olvidamos de esa impunidad cotidiana, la que ostenta la gente común cuando lastima, hiere, agrede o insulta gratuitamente sin pensar que enfrente suyo tienen una persona tan humana como ellos….
El viento fresco que venía del río, hacia que la noche fuera aun más maravillosa, noche de luna llena, pensó al cerrar la puerta del departamento. Lara  había decidido encontrarse con un grupo de amigas a las que no veía hacía algún tiempo, aprovechando sus  últimos días de vacaciones. En esas reuniones solían repetir viejas costumbres: beber un buen trago, pedir una picada y charlar, sobre todo charlar. Los temas y las risas solían mezclarse atropelladamente  como en toda reunión de mujeres: el trabajo, la familia, los hijos, sexo y hombres, esos hombres  que nunca faltan.
Nunca imaginó que un simple mensaje de texto, mensaje al que en un primer momento intentó no prestarle atención para poder seguir con la charla, hiciera que aquellas preguntas que habían sido “cajoneadas” en su memoria tanto tiempo atrás hallaran su respuesta.
Lo leyó  tratando de que el resto  no registrara la expresión de su cara, la que oscilaba entre el asombro y la felicidad -¿A qué no sabés a quién vi?...- dos líneas, tan solo dos líneas. Pretendía disimular la excitación que ese pequeño-gran  mensaje le generaba, no sabía si tomarse el trago de golpe para recuperar la respiración, continuar con la charla u  ordenarle a su mente que dejara la euforia para más tarde. La reunión se le hacía interminable deseaba quedarse a solas para poder liberar sin reparos todo lo que aquel mensaje le generaba.
 Apenas subió al taxi que la llevaba de regreso a su casa, leyó el mensaje, una y mil veces, automáticamente lo guardó para que no se perdiera, necesitaba que se quedara allí, en su celular para volver a verlo cada vez que quisiera. Su cabeza no paraba, tantos años sin saber ni una palabra de él, tantos momentos que pedían permiso para volver a ocupar su lugar.
Lara insistió y mucho para que una amiga en común organizara un encuentro, necesitaba verlo, hablarle, pedirle perdón, ese perdón que había guardado por más de quince años. Diferentes sucesos se fueron dando, así sin planearlos, un  primer rencuentro, una charla informal con amigos, miradas cómplices, cuando en realidad los dos necesitaban estar solos.
 -¿Te llevó? Esa pregunta obvia que tuvo una respuesta obvia- Dale!! - Fue lo que dio comienzo a una nueva etapa en esta historia, lo que ninguno de los dos sabía es que sería la última. Y comenzaron más mensaje de texto, muchos más cientos, miles, algunos  en blanco, una clave  cómplice que habían inventado para no levantar sospechas, él ahora era un hombre casado.
Y llegó esa charla que nunca habían tenido antes, cuando la pasión, los besos, sus cuerpos era lo único que importaba. En algún lugar eran otros con otras vidas, más maduros. Si bien la atracción que sintieron el primer día que se conocieron seguía intacta, necesitaban decirse “todo”, no podían seguir cajoneando, como si supieran que ya no había tiempo.
Lara supo apenas  él empezó a hablar que ya no era ese joven introvertido e inseguro, era un hombre que le daba confesiones inimaginables para ella, respuestas a sus infinitas preguntas, un hombre sin sueños.
Él hablaba sin parar, le contaba verdades ocultas, sinceramiento, reproches,  un dolor que había guardado por esos quince años sin verlas y no le había permitido olvidarla.
- ¡No te vayas!- le rogó Lara pero ya no se podía, eran otros. Cuando la puerta se cerró, a pesar del llanto todo su pasado se aclaró, con una claridad totalmente transparente. -¿Dónde estaba yo cuando pasaba todo esto? ¿Cómo no me dí cuenta del sufrimiento que le provoque?- se preguntaba. Supo que había actuado con esa misma impunidad que criticaba en otros. Así Lara pudo ver como ese simple mensaje de texto  había generado nuevas preguntas, las que quizás tuvieran una única respuesta “SU EGOÍSMO”.

 

 

 

miércoles, 26 de junio de 2013

Entre ellos siempre queda nada sin resolver - Mauro

Entiendo que estés hablando. Sí, sí que lo entiendo. Tengo derecho a quedarme así. Tu boca se mueve y eso me parece más bonito. Sí, quiero decir bonito, querida. Si querida, si querida. No te pongas tan loca. Estoy jodiendo, ¿no te das cuenta? Si venís así… sí, nerviosa, sacada. Qué se yo, ¿que querés que haga? Ya lave los platos, limpie el meo de Gancia, hice algunas cosas. Sí. Dale,  dale, perdón, bueno perdón. Acóstate, pedimos pizza si querés. Está bien, querida. (Risa) daaa, no te pongas así, es un chiste. Basta. La concha de la lora. Es un chiste, la concha de la lora, che. Me cago en dios. ¿Que querés que haga? No me  jodas.

                El color azul del cielo empieza a ser oscuro porque el otoño se acerca al invierno, apenas son las 6 de la tarde. La mujer del hombre que fuma en la terraza llegó un tanto histérica de su día. El hombre piensa que ella estuvo trabajando porque ella siempre vuelve histérica del trabajo. Pero ella hoy está un tanto nerviosa, como él dice, por otras cuestiones, que lo pondrían un tanto más nervioso a él si supiera lo que ella hizo. El viento leve de la zona urbana pero sin edificios en donde viven es un tanto húmedo y pesado, es de esos que te dan sueño. Mientras el cigarrillo desaparece el hombre encuentra una respuesta al nerviosismo de la mujer. Pero no reacciona con impulso abrupto, más bien mira el cigarrillo, sabe que le quedan unos 3 minutos para terminarlo, asi que lo termina normalmente. Cuando está por apagar la colilla sobre una de las tejas lo interrumpe su gato con un maullido y se acerca mimoson. El gato maúlla como nena pero es nene y ella siempre se burla de eso y él dice que no, pero que el gato es alemán, que se puede dar cuenta por los rasgos de la cara, que la ascendencia es alemana, claramente. ella dice que el gato es mujer o marica. Él se enoja. El gato tiene un raspón y un poquito de sangre abajo del ojo izquierdo, él lo lo toca ahí y el gato grita como nena y se quiere ir, pero. Él lo agarra y le mira donde deberían estar los huevos, pero no ve nada. Ahora él camina lento pero con peso y potencia, agresivo, y cada vez mas, acelera, como un camión. y se quiere escapar. Se acerca a donde está ella, en el Facebook, hablando, con. Él le dice “Hola”. maullido. ella mira con su cara de culo que usa cuando piensa que tiene razón y quiere que la busquen y la adoren, o por ejemplo cuando ella dice que está gorda también pone esa cara, que no es precisamente de culo, me corrijo. Lo que quiero decir es que si por ejemplo ella dice que está gorda se queda con esa cara y mira de reojo esperando a que le digan “linda, hermosa” y cosas así. Entonces él le dice “Hola” y le frota algo en la cara y ella grita.

- Daniel

No puedo creer que de tanta muerte haya sacado vida.

martes, 25 de junio de 2013

Las alas inmerecidas - Analía

El desagradecimiento continuo es creerse superior al otro. Es ofenderlo. Es cuasi insultarlo. Es creer que el momento de uno es más valioso que el de los demás. Que las acciones del de enfrente son menos importantes y por eso no revisten relevancia en un ínfimo derroche (o inversión) de tiempo.
El menosprecio constante, es creer que el otro tiene acero en lugar de sentimientos, y que se puede denigrarlo hasta lo más bajo, con la tranquilidad de no esperar ninguna reacción.
El creernos más notables que algún otro, es sentir en realidad que somos inferiores a cualquiera, y camuflando las fallas que tanto nos horrorizan, hacer nacer la vanidad y la fanfarronería, como quien se tira flores a sí mismo, después de cada función.
El creer que hacemos algo más trascendente que lo que haga cualquier otro, es creer que cualquier actividad que el otro realice no es digna de reconocimiento, y dispara las actitudes que demuestran el desprecio, transformando cada simple gesto en una humillación.
En eso estaba un hombre que recibió un corazón, creyendo merecerlo más que el muerto.
En eso se quedó aquella mujer que siguió caminando sin mirar a los ojos y cerrando la boca para evadir respuestas.
En eso estaba quien, simulando seguridad, miraba de arriba abajo con rostro empecinado en el asco y en la aversión.
En eso estaba embarrado un joven, el día que recibe un favor del cielo sin haberlo pedido, vanagloriando al azar.
En eso estaba aquel que mirando su reloj, daba órdenes sobre la hora a todas las personas que corrían para cumplir una misión.
En eso estaba quien teniendo más recursos, humillaba a quien no tenía ninguno, y al mismo tiempo pedía lealtad, admiración y respeto.
En eso estaba la persona que recibió una palabra de aliento ante el desconsuelo del llanto, como esperando que además de las palabras, mereciera recibir en las manos, la solución.
En eso estaba quien, frente a un derrumbe envuelto de lágrimas, emitió una sonrisa sádica, como descrédito frente al dolor.
Y es por eso, que todas esas personas han pasado por el mundo sin haber vivido, sin valorar almas ni intentos, sin estimar ayudas, y subestimando gestos.
Cuando probaron la soledad, despotricaron contra aquello, haciendo causante a la arbitrariedad de la suerte, y culpable a la indiferencia de los demás, pensando sobre ésta como una injusta acción.
Y es como así un círculo vicioso crece. Como quien desestima una sonrisa sincera de una persona buena.
Una vez alguien dijo que hay que matar el ego. Y es el ego eso que aboga por un sin sentido de comportamiento, dejando de lado la mirada sensible hacia el alrededor.
Quizás hasta en el cuento de Aladino y la lámpara, el genio debería aplicar como regla la valoración de lo brindado, para saber apreciarlo mejor. Que los dones que se avecinan con solo un chasquido de dedos (o frotando un objeto) se reconozcan inherentes a la naturaleza de la esencia y no de los automerecimientos.
Sin embargo, olvidamos el tiempo, el oxígeno con el que respiramos, cada instante que se nos es brindado, y a su vez exaltamos la juventud y la belleza, la salud y el dinero, y hasta la educación, como recompensas a quienes somos, como si por esas prestaciones fuéramos algo. Le restamos importancia a la posibilidad, a la hora exacta y el día adecuado, al pensamiento sano que nos hace conscientes, a la causalidad y la casualidad, y a la amalgama de seres que nos hemos cruzado y que estuvieron allí para aleccionarnos en algo, o para darnos una brisa de aire nuevo, aún en lo malo y terrible, aún en el desamparo y en la aflicción.
Es por esto que cuento, que los seres que antes he mencionado, habiendo vivido su vida y habiendo muerto, abandonaron sus alas, arrojándolas en la cara a Dios cuando fueron ángeles (porque el sinfín de oportunidades de cambio se agotan aún en el cielo), argumentando que los protegidos seguían humillando, denigrando, desagradeciendo, olvidando a los demás, creyéndose inmortales, exigiendo ser amados, respetados, recordados, y hasta desvalorizando la custodia, ante la imposibilidad de verlos.
Y Dios les ha respondido, a cada uno de ellos:
- Tú has hecho lo mismo en su momento, pero eres libre. Deja las alas y vete a estar solo, con tu propio yo.-

En después - Mere

Que matar no sea una acción, jamás.
Que los ayeres se conviertan en después.
Mercedes fuma soledad,
es la misma soledad de la tormenta  mental.
Y piensa: nadie es alguien sino lo extraño que habita en el lavadero.

“Que los ayeres se conviertan en después”,
llega otro raro a rezar
y canta a gritos su verdad
“que los ayeres se conviertan en después,
y basta de soñar con ser perfectos.”
Todo  demente puede llorar.

Que el camino aparezca cuando más oscuro está,
alguien puede estar escuchando lo que pensás.

Que los ayeres se conviertan en jamás.

lunes, 24 de junio de 2013

"ROMA" Alejandra Gianferro


Roma

Los locales de marcas internacionales contrastaban con esas calles cargadas de historia, esas fuentes imperiales con leones que reflejaban el  sincretismo con el oriente, los campaniles, las columnatas vaticanas, Santa María Maggiore con sus retablos majestuoso, gente de toda parte del mundo lo cual la convertía en  una ciudad cosmopolita. Todo provocaba a cada paso una sensación de felicidad que ni siquiera  había podido sospechar.
Muchas veces había imaginado el estar allí, en ese lugar  que había aprendido amar a través de las  fotografías que su padre había guardado en una vieja caja de zapatos. Pero a diferencia de él, estas fotos no  representaban  recuerdos, sino una gran ilusión.
Desde el cuarto que alquiló en la calle Via Boesio, podía ver la cúpula del Vaticano, si bien no era un ferviente católico no podía dejar de emocionarse, esa imagen le permitía corroborar que su sueño por fin se había hecho realidad. No tuvo en cuenta el cansancio que el vuelo había dejado en su cuerpo, y se lanzó sin pensarlo ni siquiera un segundo a descubrir todos y cada uno de los rincones que tanto había deseado ver. La alegría, la emoción, la sorpresa, la euforia, generaban en su pecho un coctel perfecto que hacía que su corazón latiera totalmente desenfrenado.
El anochecer lo encontró en  el Trastévere, ese barrio a orillas del Tiber que con sus calles adoquinadas, con sus bares y cantinas lo  invitaban a comerse unos suculentos vermichelis a la vongole. No  lo podía creer: - Es verdad!! Se decía,  finalmente estoy en Roma… mientras disfrutaba de su copa de vino tinto.
La excitación hizo que esa primera noche en la ciudad de los césares, provocara un insomnio interminable. Con tan solo un par de horas de sueño salió nuevamente a descubrir a la maravillosa y enigmática Roma. Un plano recogido en el lobby del hotel le permitió organizar mejor su recorrida, la cual ya había imaginado  una y mil veces en Buenos Aires.
Al pasar los primeros días, buscando algo en su valija encontró una dirección, que ya había olvidado, se la  había dado un amigo por si  surgía algún imprevisto, ya no acordaba ni siquiera el nombre de la persona conocida, la nota que decía simplemente – Francesca 045…., se metió el trozo de papel en el bolsillo aún no sabía si la  iba a llamar o no.
Luego de recorrer el Foro, el Circo, la Bocca de la veritá se dirigió al Coliseo tan apresurado como si fuera a ver una lucha entre gladiadores, cuando buscó en su billetera unos euros para pagar la entrada, volvió a encontrar el papel con el número de Francesca y pensó que apenas terminara el recorrido la llamaría.
Buscó el teléfono público más cercano y marcó los números que figuraban en el papel. Bastó un Pronto ¿chi discorso? para que naciera la necesidad de conocerla. Luego de aclarar quién era acordaron en encontrarse a las ocho en Piazza Navona.
Ya no era un hombre joven, pero pensó que tal vez esa mujer desconocida y con un dulce acento italiano sería el condimento indicado para que este viaje fuera perfecto, ¿por qué no un amor en Roma? pensó, sonriendo mientras se colocaba unas gotas del perfumen que había comprado en el free shop.
Salió con el tiempo suficiente para ir caminando hasta el lugar que habían acordado, mientras fantaseaba ¿Cómo sería?,  ¿A dónde la invitaría a cenar?, y tarareando una vieja canción de Mina que conocía a la perfección…
La vida le sonreía, su sueño se había cumplido estaba en su adorada Roma, y a punto de encontrarse con una mujer. Esperando parado junto a la fuente de los Cuatro Fiume, sorpresivamente el encanto se rompió, un dolor punzante en el medio del pecho le cortó la respiración todo era muy confuso, no supo cuantos minutos transcurrieron, a lo lejos se escuchaba la sirena de una ambulancia, los paramédicos actuaba…Solo pudo articular un pensamiento…Después de una visita a Roma decimos que no necesitamos conocer más…Que no necesitamos vivir…

 



miércoles, 19 de junio de 2013

Comparto, por si alguno es tan chusma como yo, mi blog con escritos. Algunos son de cuando era más joven (aún) y otros son más bien nuevecitos.
No sé si Mauro Lo Coco les comentó (porque jamás me respondió el mail -SÍ, MAURO, A VOS TE HABLO!) que mañana tampoco voy, porque me tomo el palo a Rosario.
Que les sea leve. Tomen un rico mate en mi ausencia. Los extraño un poco.
Mere

http://elbonsaidelaventana.blogspot.com.ar/

La Chinita - Mere

La chinita cayó en la trampa
de estampados y fantasía
la mesa grande, las manos frías
la lengua negra, el alma blanca.

Se tornó azul el cielorraso
y se arrugaron los escalones
se resbalan los camaleones
rompen cristales a martillazos.

Nadie ayuda a la chinita
trencitas largas, espalda angosta
ojos de té, mirada absorta
ve con tristeza la ventanita.

Ellos opinan de su futuro
de su ignorancia, de su pasado
de sus pies lentos pero cansados
su resistencia hacia lo seguro.

Y ya no grita, y ya no llora
solita espera el atardecer
cuando esté oscuro no podrá ver
cierra los ojos y espera su hora.

Josefina es un ángel - Mere

Cuando duerme, Josefina es un ángel.
Cuando no duerme, su repertorio es infinito. ¿Por dónde empiezo? Todas y cada una de las veces que voy al baño, haga lo que haga y tarde lo que tarde, ella me espera sentadita al lado de la puerta -del lado de afuera, claro- y me charla de cosas inimaginables. Es nuestra forma de entendernos. Por momentos se desorienta y entonces me llama desde donde esté para que la vaya a buscar. Y cuando la encuentro, me muerde la mano a modo de agradecimiento y sigue su odisea por todos los rincones de la casa.
Cuando cocino, no la dejo sentarse en la mesada. Ella insiste, pero intento explicarle que ese no es un lugar apropiado para sentarse. Y entonces lo entiende, y se acomoda donde corresponde. Y de nuevo, me da charla.
Cuando me siento a comer, ella quiere comer conmigo sobre la mesa. Le indico dónde está su plato y a veces hasta lo pongo cerca mío para que comamos juntas, pero no quiere. Quiere mi plato. Y con la leche no hay caso. No le gusta y no le gusta. Prefiere agua, y si es de la bañadera, mejor.
Cuando terminamos de comer, es momento de la siesta obligada. Nos acomodamos las dos en la cama, prendemos la tele y miramos pavadas hasta quedarnos dormidas. Yo me levanto unos minutos después, ella se queda un ratito más soñando lo que se le canta.
Cuando me siento a tejer, se pone insufrible. Es que, según me cuenta, yo no logro entenderlo, pero los ovillos de lana son su peor enemigo. Y no le gusta que llamen más mi atención que ella, aunque sea por un rato. Entonces ni bien me sorprende tejiendo, debo abandonar mi actividad y retomarla cuando ella esté ocupada recolectando biromes de abajo del sofá, o alguna otra actividad extremadamente entretenida según su gusto personal.
Cuando me acuesto a leer algo, ella se convierte en saltamontes. Recorre todo el espacio disponible dando brincos. A veces los acompaña con gritos, otras veces con carreras contra nadie, y otras veces su único objetivo es tirar cosas de los estantes, lo cual le permito hacer sólo porque su gran capacidad de elección es tan buena que sólo arroja objetos que no se rompen, con excepción del incidente del plato ayer por la noche.
Cuando yo duermo, aprovecha para jugar con los objetos no permitidos, creyendo tal vez que al día siguiente yo no encontraría la evidencia de sus actos. Cuando por fin se digna a venir a dormir conmigo, se toma los primeros quince minutos de relax para masticarme los pies. Según dice, es una actividad bastante común entre los suyos, esto de masticar pies ajenos. Luego hacemos nuestro saludo de chocar narices y nos sumergimos ambas en un prolongado sueño. Claro que al otro día, temprano, aprovecha mi guardia baja para morderme la nariz, y es así que todos los días arrancan con nuestra siempre chistosa guerra de estornudos, seguida de interminables conversaciones con esta gran compañera temporal que se hospeda en mi morada.
Cuando está despierta, las posibilidades son insospechables. Cada día es una nueva incógnita para ambas. Pero cuando duerme, Josefina es un ángel.

Los ojos paralelos - Analía





El día que recibió ese pequeño regalo de su padre, fue emocionada hasta él para rodearle el cuello con sus brazos. 
Luego, fue hasta su habitación nuevamente para volver a admirar aquello. Tenía tantos colores, que aunque algo desteñidos por las décadas, le resultaban magia en su recinto de siempre.
Sabía que no era la muñeca que había pedido, ni el vestido azul que había admirado en la vidriera de la calle lindante con la escuela, pero el cuadro chiquito de tonos verdes parecían una pequeña ventana a un mundo de seres etéreos.
La pintura, acuarelada por el paso de los años, de un autor que había fallecido hace mucho tiempo, tenía un marco dorado con bajorrelieve, y más verdes que todo un bosque de acebos: verde agua, verde musgo, verde ftalo, verde veronés, verde de cadmio, algunos azules claros cobaltos, cerúleos, de Prusia y ultramar, una pizca de amarillo de Nápoles y un violeta dioxacina, en la esquina izquierda, que hacía pensar en las mariposas que se juntaban en los rosales blancos de su madre.
La figura, dibujada con una mueca que simulaba una sonrisa, era el rostro de una mujer chiquita de piel indefinida, largos cabellos ondulantes castaños, ojos igual de verdes que un río, y una pequeña capucha de salía de la ropa y se deslizaba, suavemente, sobre su cabeza.
Una brisa inventada hacía correr un mechón sobre su mejilla, y un fondo arbolado completaba la escena de una imagen mirando de frente, con mirada dulce, pareciendo estar a la espera.
Con el correr de los días, aquélla fascinación inicial no había cesado.
Luego de la escuela, de los deberes, de los juegos y el posterior rejunte de muñecas en el baúl de madera, se quedaba una hora, por lo menos, admirando a la mujer niña del cuadro, en secreto.
Pensaba en que era demasiado adulta y a veces demasiado joven, como una adolescente eterna sumergida en un ente viejo.
Tenía muy en claro de su padre la premisa de que los cuadros no se tocan, para no corroerlo con el deterioro de las manos, sin embargo, cada tanto desobedecía la orden, acariciaba sus cabellos y se quedaba embelesada por la maravilla.
Si, el autor, había sabido plasmar bien lo orgánico y el hechizo.
Una tarde, apoyó su mano en el lienzo y cerró los ojos esperando respuesta. Cuando los volvió a abrir no encontró ninguna. Todo seguía ahí, los mismos puntos blancos marcando la luz de la mirada sobre la pupila negra, excepto por uno, que ya no estaba porque se había movido de lugar. Pero ella, que conocía la pieza de memoria, no había advertido tal ausencia, perdida por los verdes del bosquecito más atrás.
Salió de su cuarto, impulsada por el llamado de su madre, con aire fastidioso y desilusionado, cerrando la puerta. 
Y entre las marcas y huellas dejadas en el cuadro, se comienza a dibujar un mundo que se mueve en el cuarto de una niña que sueña, la brisa es viento ahora, ondea cabellos, expande sonrisa, y una lágrima naciente de un ojo, comienza a brotar.
Se reviven los colores de nuevo, se tornan óleo fresco mezclado con aceite.
La mujer en la pintura, cobra vida ya.




martes, 18 de junio de 2013

Cuento infantil-Alejandra


El súper-héroe que llegó a la luna sin GPS

 
-¡¡¡Que bueno mami,  estás haciendo torta de chocolate!!!

-Sí, porque hoy viene la tía Ale a visitarnos y a tomar el té. Le respondió su mamá a Joaco.

¡¡¡Hipi Hupi!!!, gritaba Joaco mientras saltaba por la casa; se ponía tan contento porque sabía que cada vez que venía de visita su tía Ale  le contaba historias que a lo divertían mucho.

Esa tarde luego de merendar, Joaco y su tía se fueron al fondo de la casa donde había un árbol grandote. Eran los primeros días de otoño pero aun se podía disfrutar del calorcito del sol, se sentaron los dos en el pasto debajo del árbol para que el pequeñín pudiera empezar a escuchar el relato. “Había una vez…” comenzó a decir la tía Ale, y Joaco abrió los ojos muy grandes como si en vez de escuchar tuviera que ver lo que iba a suceder…

Había una vez un indiecito en la selva misionera que era muy arriesgado y valiente, desde pequeño sus mayores le habían enseñado a cazar, a nadar, a trepar a los árboles, a andar en canoa por el río y sobretodo a respetar a la naturaleza.

- ¿Cómo se llamaba el río, tía? Preguntó Joaco que era un gran preguntón.

- Paraná. Le respondió y continuó con el relato.

El indiecito siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás cuando lo necesitaban, recolectaba frutos para los ancianos, ayudaba a los más chiquitos a cruzar el río con su canoa o colaboraba con la siembra.

- ¿Qué marca era la canoa tía? Insistió el preguntón

- No, Joaco las canoas no tiene marca como los coches, se hacen con madera de los árboles. Parecía que por ahora no habría más preguntas.

Pero un día en  la selva pasó algo muy pero muy extraño, la luna dejó de aparecer por las noches. La gente del lugar estaba muy triste y preocupada, las noches eran re-oscuras  y costaba trasladarse, el río extrañaba el reflejo blanco en el agua y las estrellas corrían de un lado a otro sin saber donde pararse.

Todos empezaron a pensar que podían hacer para encontrar a la luna y volver a colocarla en su lugar pero no sabían por donde empezar.

-¿Y por qué no llamaron a un detective?, interrumpió una vez más Joaco

- Porque esto pasó hace mucho, mucho tiempo y no existían los detectives. Contestó Ale riéndose por las dudas que le surgían a su sobrino.

El indiecito propuso preguntarle al sol si la había visto. Así que empezó a juntar un montón de troncos, de esos que sobran en las selvas, para construir una escalera alta, muy alta para llegar al sol y preguntarle por la luna. Algunos se reían de él pero no le importó y siguió con su plan. Cuando pensó que la escalera era lo suficientemente larga como para llegar al sol emprendió el viaje, con su arco y flecha por las dudas y una bolsita con frutas para el viaje.

 A pesar de que cada vez hacia más calor el indiecito seguía trepando, y trepando  hasta que  finalmente se encontró cara a cara con el astro y le dijo:

- Hola señor Sol, disculpe, en la selva donde vivo se nos perdió la luna,  usted que está tan alto ¿no la vio? Pero todo era muy raro, el sol daba muchas vueltas y no le contestaba su pregunta.

De repente escuchó un llanto que venía como de atrás del sol, y sí, aunque no lo creas, era la luna. El indiecito, como hacía cada vez que descubría algo, se sopló el  rulo  que caía en su frente. El señor Sol la había secuestrado porque a veces la luna, que era un poco traviesa, se interponía entre él y la tierra provocando eclipses.

El indiecito decidió rescatarla; comenzó a cantar la danza de la lluvia que le había enseñado el brujo de la tribu y el cielo se llenó de nubes. Como el sol no podía ver bien, la luna fue rescatada y vuelta a poner en su lugar. Así todos en la selva volvieron a tener noches luminosas. Y colorín colorado…

- Tía, no me dijiste como se llamaba el indiecito…

- ¡¡¡Se llamaba Joaquín!!!

El pequeñín  se puso serio y mirando el cielo mientras pensaba muy concentrado, su carita morena comenzó a ponerse roja de alegría y salió corriendo hacia donde estaba su mamá y le dijo a los gritos:

- ¡¡¡Mami, mami sabés que hace mucho, pero mucho tiempo fui un superhéroe que llegó a la luna sin GPS!!!  Y como hacía cada vez que descubría algo, se sopló el  rulo  que caía en su frente y comenzó a revolcarse de la risa.

 

 

 

domingo, 16 de junio de 2013

OTRO PERRITO CALIENTE - Mauro

El picante explota. Sin saber esto, todavía, el joven empieza a arrepentirse del pancho grill picante alemán que acaba de comprar en la panchería, que después, al mirar el logo de las servilletas, se entera que es austríaca. El joven quiere pensar que lo ven como un trabajador duro, es decir, como albañil, un obrero o algo por estilo; recién salido del trabajo, donde, en realidad, hace cosas con las manos, algo de artesanía y demas, pero lejos de ser duro. y lleva ropa manchada y con mugre. Pero su pancho de lujo, mejor pensar eso, por lo caro que le ha salido, aunque últimamente todo aumenta, mejor pensar eso también, porque solo es un pancho; con picante, que encima pudo probar porque le advirtieron lo picante que era y cuando lo hizo y la lengua ardiendo le dijo que no, él dijo que sí, ponele un toque. El picante explota. El joven se ubica afuera, al lado de la ventanilla de la cocina, porque así se puede sentar mientras espera,  así se lo alcanzan cómodamente, para él y para ella. Así se mantiene en la visión, porque es linda pero nada del otro mundo. Y aunque el joven no pretende nada, al menos que se dé de casualidad, le gusta esa cosa de llamar la atención, mandar alguna señal que podría llamarse de atracción desinteresada, y cuando por fin le traen el pancho el joven sonríe y dice gracias. Y el que se lo da es el otro que atiende, un chico común que tiene un corte rapado, más a los costados que  arriba, y tiene aritos fosforecentes en la boca, y éste, entonces,  entrega el pancho austriaco por la ventanilla y el joven cliente, que démosle el lujo de ser un albañil o un obrero,  agradece y sonríe. Y lo hace mirando por encima del hombro del chico común, así ella puede alcanzar a verlo. Y mientras,  al mismo tiempo que ocurre todo esto,  un tipo tatuado aparece caminando acompañado de  un perro diminuto, y en una mano lleva un martillo gigante, mejor dicho una maza, y en la otra lleva un pico. El joven muerde. Martillo. Y el hombre tatuado desaparece apenas doblando la esquina, y el picante hace su trabajo. Primero. Un martillazo fuerte. Quema todo, chispazos que asustan, y el primer trago de coca cola para el alivio, de todos, porque los gritos así no llegan a escucharse. Dicen que la coca cola oxida los huesos, y así de naranja están las llamas, el picante explota más fuerte, y  por alguna razón el sonido es agudo. Termina: El hombre tatuado vuelve solo, se aleja solo, con las manos vacías. Sin compañía. El joven sigue con hambre.

En el mostrador le pide, a ella, que llora. Él le pide, por favor, otro perrito caliente.

sábado, 15 de junio de 2013

Nueva poesía - Alejandra


PREGUNTAS

Cómo seguir

Si no hay donde.

Cómo decir

Si no hay palabras.

Cómo pensar

Si no hay pensamientos.

Cómo gritar lo que duele

Si no hay quien lo escuche

Cómo acariciar

Si no hay  cuerpos.

Cómo escribir  lo que se siente

Si no hay quien lo mire.

Como olvidar

Si hay amor…

jueves, 13 de junio de 2013

Brindo

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[Nota de una pluma colgada: es junio, mes de la convergencia fulminante del multitasking. Pronto subo el otro texto. Besos!]

Brindo [Gaby B.]

Brindo por la costumbre, por el círculo virtuoso de lo esperado.
Vas por el camino derecho, pero aún si no lo fueras,
No hay chances de extraviarte. Es la costumbre.
Girás, retrocedés, girás de nuevo…salís al mismo lugar.
Salud.

Brindo por las veces que perdimos las mismas batallas.
Por la obstinación, por la perseverancia.
Por los grandes que hablaron,
por los grandes que no escucharon.
Por vivir absurdamente para acabar con el absurdo.
Salud.

Brindo por los monosílabos. Los solos y autónomos,
Los frágiles y pasajeros.
Me gustan mucho algunos monosílabos.
A veces no se necesitan muchas letras para decir algo.
troll...
bang...
cian...
muak...
guión...
ver..
Dios…
ya...
más
te…
…y por supuesto: vos.


Disculpen. A veces me pierdo pensando en las cosas que…
Que tal vez serían suficientes.
Le das vuelta una, y otra y otra vez a esas miles de cosas
que tal vez, tan sólo con esas, tomadas de la mano, podrías ser feliz.
Porque pienso–pensamos–que si tan sólo se dieran algunas condiciones
Podría–podríamos–vivir con lo demás...
Tal vez sí, si fuera de aquellas personas que en el vaso medio lleno, ven la botella que fue, y sonríen.
Si tan sólo yo fuera la clase de persona que se amiga con la conformidad.

Pero no lo soy, por eso brindo.

miércoles, 12 de junio de 2013

Disculpas a Cortázar! - Tere

Posicionar el cuerpo de manera perpendicular al primer escalón. Colocar los pies a la misma distancia de la línea de partida. Elevar la pierna derecha hasta formar ángulo recto con el torso (repetir procedimiento con la otra en caso de ser zurdo). Inclinar levemente el cuerpo hacia adelante. Descender la pierna disminuyendo la graduación de la apertura. Tocar con la punta del pie el escalón. Apoyar el talón en el mismo. Extender el brazo derecho. Deslizarlo hacia el costado atravesando la distancia que lo separa del caño de apoyo. Colocar la palma de la mano sobre el tubo. Mover el dedo gordo curvándolo hacia abajo en forma de gancho. Pasar los dedos restantes envolviendo el cilindro. Ejercer fuerza sobre este elemento. Tomar envión con el resto del cuerpo que quedó más abajo. Despegar el talón izquierdo del suelo. Flexionar la rodilla de la pierna que lo contiene. Levantar ese miembro la altura necesaria para que el pie quede por sobre el escalón. Correr hacia adelante el hemisferio en vuelo. Posar los dedos del pie en el primer escalón. Afirmar el paso bajando el talón. Equilibrar el peso del cuerpo sobre el eje vertebral. Desenganchar el pulgar. Desenredar los otros cuatro dedos. Despegar la mano del caño. Girarla posicionándola paralela al flanco correspondiente. Recorrer con el brazo el tramo exacto para luego bajarlo y que quede en su lugar, colgando a un costado.
Sonreír. Has llegado. El viaje no fue tan largo.

Dios no perdona la inocencia - Tere

La del ojo de vidrio empezó a golpear puerta por puerta. Era hora de despertarse. La consigna estaba dada y no respetarla sería motivo de castigo.
Una hora de rodillas frente a la cruz o tres rosarios antes de almorzar podrían acabar siendo la represalia. Sólo diez minutos tendríamos para asearnos, tender las camas y vestirnos antes de salir de la habitación. El cuarto debería quedar cerrado con llave y una vez afuera cada una de las residentes formaríamos la fila correspondiente para descender al comedor.
Si quería sorprender a las chicas no podría más que apurarme, sortear el hábito gris y aventurarme en su dormitorio antes de que la santa tuerta doblara por el pasillo y recorriera por segunda vez la línea de cuartos entre los que me encontraba.
Sólo se escuchaban los tacos de la monja hacer rechinar los tablones de madera. Según mis cálculos faltaban doce pasos para llegar a la escalera, desde donde doblaría sobre sí y volvería a transitar el recorrido. Tenía el tiempo justo para concretar la hazaña.
Abrí la puerta y corrí hacia donde dormían mis compañeras. El ruido de las pisadas aumentaba pero yo ya estaba por llegar. Entré apresuradamente y grité -¡foto, foto!
Apenas se incorporaron de la cama apreté el botón. Habían quedado retratadas. No pude evitar sentir la euforia de la victoria. Lo había logrado. Había vencido.
Cuando miré a Vero no noté en su cara la misma sensación de satisfacción. La sonrisa registrada en la fotografía se había evaporado. Hizo un gesto con la cabeza y me di vuelta.
La hermana Bernarda me miraba a medias pero con gesto de ira completo. Con un solo ojo le bastaba para destellar la totalidad de la furia. Me tomó del brazo, me quitó la cámara y me arrastró hasta la iglesia en donde me obligó a pedir perdón durante el resto de la mañana. No permitió que nadie interrumpiera mi rezo y vigiló que mis rodillas permanecieran quietas sobre el piso. Se mantuvo ese rato parada por detrás de mí, balbuceando algunas oraciones.
Aún sigo sin entender por qué repetía a cada rato que algún día se lo iba a agradecer.
Hoy me toca a mí recorrer el pasillo. Confieso que soy un poco más indulgente y aletargo mis pasos convirtiéndome en cómplice de las corridas y portazos que las pequeñas desenredan a mis espaldas. Alguna que otra vez una cámara de fotos me recuerda aquel momento y no puedo más que hacer la vista gorda frente a lo que simplemente es una inocente travesura.
Cada tanto sigo pidiendo perdón al cielo, un poco con bronca y otro poco con remordimiento. Pido perdón mientras miro por la ventana el mundo que me rodea. Pido perdón y, entre lágrimas, le pregunto a Dios cuánto faltará para dar por cumplida mi penitencia.

Amour De Jeunesse - Daniel

     Los grabados del alma, los surcos formados en nuestra piel, la senda que fluye en los grises de la vida. Sufrir la derrota ante el tiempo porque este pasa pero el aire necesario para vivir es el mismo que erosiona. Cada instante como una dulce invitación al abismo, inquebrantable intermitencia que acecha silenciosa. Contemplar el firmamento en una mañana de otoño como si la vida no fuera más que los eslabones de lo que no fue. La fantasía de ayer es la irrealidad inconclusa de hoy y, saber así que lo que hoy se necesita no es más que la nostalgia de un mañana.
      Estabilidad esquiva, relación atemporal de la propia necesidad con el contexto porque es uno quien vivió y quien hoy incide. Salar la herida resulta agridulce e infaliblemente todavía se quiere lo que no se pudo dejar atrás. Cuando todo lo que duele se cree aún posible de encuadrar, viaje que no promete vuelta y en el medio uno, quien quiere con y sin, quien pregona y conmueve, quien padece y entumece. El cielo, la tierra, y todo los propios que entre ellos habitan.

martes, 11 de junio de 2013

Última conversación entre Matáme y La Barbilla Perfecta - Mauro

Matáme la Silla Demente, se explica:
mi soledad fue robada, matáme
ya fue
tormenta, matáme ya!
la Barbilla Perfecta contesta:
mostráme el tipo asqueroso que sos

y mientras, escriben

La Mata la Silla Demente, furiosa,
al despertar sin dormir bien
la silla fue robada, gritando,
en el lavadero de Esteban,
ya fue.
La Barbilla Perfecta y Demente contesta:
la silla fue robada

Matáme Silla Demente,
más serena que astuta parece.
Después de qué
su soledad,
que ya fue, que mientras:
en la tormenta perfecta
grita:
matáme ya!


Su soledad fue robada.

lunes, 10 de junio de 2013

La familia San espera - Mauro

 (titulo no definido)


En el lugar hay una televisión en lo alto, en la esquina, sujetada por un soporte entre paredes blancas sin manchar ni un poco. Y en la pantalla está el canal de cable llamado TN con un titular en rojo, que dice en letras mayúsculas “animales hasta en la sopa”. Los presentes miran, incluso la perra. El amigo borracho se fue o fue echado cordialmente por el clima incómodo y tenso que se le sugería después de semejante episodio. Quedó en su lugar una naranja sin pelar y comestible que será comida por el hermano mayor, que fue a buscar un cuchillo para poder hacerle un agujero en la parte superior y poder así absorber el juguito. El rey San de pie y quieto, ahora, recto y más bien inclinado hacia atrás con los brazos cruzados e inmóviles. Con su cuello en alza mirando el televisor. Y entonces llegan los novios. Son ella y el menor con su bufanda violeta, blanca y azul marino, le guiña un ojo a la perra que lo ve llegar y a modo de respuesta solo deja su cara inexpresiva, o más bien en punto muerto, y se deja caer como lo hace un resoplido. Una vez más. La televisión en un sonido que no se llega a escuchar por suerte y todos parecen calmados y en cámara lenta. Ahora. Pero cuando ven al tipo de uniforme pasar con su planilla bajo el brazo y lo siguen con la mirada, pero él solo se acerca al dispenser y se sirve agua y se acomoda una de sus alpargatas blancas y aprovecha para acariciar a la perra y mientras… todos lo están mirando. Pero él ni caso y la perra levanta la cabeza y mueve su cola de izquierda a derecha muy felizmente y él sonríe. Y entra en una habitación de la que no sale ningún sonido nunca. 

$$

El rey de la de la familia San camina por todo el lugar intentando dar una sensación al resto de nada-de-lo-que-digas-puede-ser-inferior-a-mí. Pero nadie parece percibirlo así. Entonces:

Una joven con algo de joroba está tejiendo una bufanda que podría ser, por los colores, tranquilamente del Real Madrid. Ella tiene unos atractivos y enormes labios carnosos que todos podrían asociar fácilmente a los de una actriz, pero ella es más hermosa porque no pretende serlo. A él lo mira rápidamente porque no se atreve a sostener la mirada o porque la bufanda requiere más atención. Ella apenas muestra sus ojos negros y profundos que nunca contienen palabras, sino más bien, todo lo que vos quieras pensar sobre vos mismo puesto en las palabras de ella. Entonces siempre es juzgada, por lo que sufre en secreto y tímidamente. Sufre. Y solo estando alguna vez con uno de sus novios tuvo la necesidad de explotar (expresar en crudo y abiertamente), cuando el novio quiso meterla y ella, condescendientemente, siguió con eso, mientras su cara se achicharraba con cada vez, y entonces a los pocos segundos tuvo que decir “no” y se puso a llorar y pidió perdón muchas veces y cuando se quiso dar cuenta estuvo sola y tejiendo una bufanda, y con el miedo eterno a llorar y a coger de verdad, es decir, tan joven y hermosa ella tiene la desgracia de temerle al amor. Y mientras:

El rey de la familia San toca la cabeza rapada de su hijo mayor, el joven salta del repelus, lo mira, el padre le guiña un ojo y sigue recorriendo el lugar. Enfrente está sentado su hermano menor que le dice “piensa rápido” y su brazo se mueve velozmente de atrás hacia adelante con algo naranja en la mano, haciendo pestañar y asustar al mayor. Y cuando escucha la risa de su hermano él solo sonríe, y de nuevo cierra los ojos y lleva su mano, sin apoyar, a la panza peluda que descansa al pie de su silla, y juntos esperan que vengan las buenas o malas noticias. Y mientras:

Una perra vieja y marrón no puede dormir y lo intenta de hace rato. Se sobresalta un poco cuando una mano se acerca y se queda cerca de su estómago con cáncer sin tratar, y la mano levita y se mantiene a centímetros del pelaje marrón, y ella con sus ojos que parecen cada día mas agotados y desesperados, con esos ojos mira la mano y después más arriba, y ahora que ya sabe quién es deja caer su cabeza una vez más. Según la familia San los veterinarios suelen recurrir fácilmente a las pastillas que te duermen, “pero ya saben…” dice la reina “…medicamentos es igual a veneno”. Cuando es saludada por una persona borracha que llega en este preciso instante, que habla balbuceando y de forma graciosa, por lo que es el favorito del rey, cuando él le dice algo, ella pide en silencio y a gritos, a Jesú Cristo o a cualquier otro bondadoso que la escuche, que pretende dormir más de ocho horas seguidas, por favor. Entonces ella decide dejar de escuchar. Cuando el amigo borracho le dice “Hola”, ella no se mueve ni un poco.

El hermano mayor sigue igual y simplemente no hace absolutamente nada. Y después:

Cuando el mejor amigo del hermano menor, que es el borracho, se mueve torpe y ruidosamente porque su celular suena en sus pantalones finos y apretados, que parecen estar a la moda en esa época, y que no son apropiados para sus anchas y flácidas piernas. Cuando el celular suena y el sonido que tiene es el de una banda que a mediados de los ochenta hacía una música bastante ruidosa y rápida, pero que es mundialmente conocida por hacer un rap soberbio y potente, y cuando el mejor y borracho amigo de uno de los hermanos San logra sacar el teléfono de su bolsillo apretado y cuando por fin atiende: la perra sorda se acomoda mientras tanto, la bufanda es más grande ahora, la naranja es más naranja ahora, la reina se está muriendo adentro y el rey prende la televisión. Cuando por fin atiende, y pregunta “hola” y nadie contesta, es decir, cuando el ringtone se corta dejando el eco del estribillo en su momento cielo, en el clímax hipersónico de la canción de los Beastie Boys (el sonido del microsegundo es fantasmal y emotivo); el borracho por fin: se destroza, estrella. El teléfono es violentamente arrojado contra el suelo lustrado del lugar, y el sonido a plástico y vidrio de plástico y chips altera muchísimo. Y finalmente cuando todos los presentes están con las orejas, los nervios y el pelo de punta, pero la reina sigue muriendo; es la perra vieja y marrón la que está roncando. El hermano mayor hace un gesto de “uff que sacado” pero sigue igual y el menor dice “eh bancá” y dice “che loco” y se levanta. Se le acerca con toda una postura corporal ofensiva pero no violenta y con el dedo índice en alto y repite, “che loco, che loco” pero se calla y la mira y se va. La chica hermosa y de joroba levanta la vista y muestra sus ojos negros, que hacen contacto visual con el causante del inesperado y violento atentado celular, y cuando algunos sentimientos parecen salir a flote desde el fondo del océano negro, de esos cuatro ojos que se miran en aire de moléculas rápidas y caóticas de lo inesperado, entonces, el rey de la familia San, que mira la televisión de pie y dice “SHhhhhh”, patea con una fuerza brutal una silla de plástico y ésta se rompe en todos sus pedazos y todo queda en mayor silencio y la perra sorda escucha el silencio, se pone de pie y camina somnolienta hacia el joven causante del inesperado-y-violento-ataque-celular y le saca la lengua y le sonríe y mientras mueve su cola de derecha a izquierda rápida y felizmente. La cara de todos no es que la que podrían poner si lo quisieran. Y entonces entra un señor de uniforme blanco con su planilla y dice, “necesito hablar con algún familiar de Cristina San”.

$$

Él afuera del lugar. Hace frío.  Y no se puede mirar nada realmente bello excepto que te gusten muchos los autos normales pero caros y nuevos que se venden en planes de sorteo y que tienen una pequeña gamma de elección de color que va desde el gris claro hasta el gris oscuro, algunos blancos y algunos pocos rojos, exclusivos. Y los autos están estacionados y alineados sobre el asfalto sin gastar y brillante feo, por el que suelen transitar los jóvenes y pordioseros. Dos rolingas buscan tapones de metal en las ruedas y cuando el cigarrillo se va consumiendo y quemando los dedos de él que puede ver pero no escuchar como una vieja les hecha la bronca. Y ellos se le ríen en la cara y uno escupe al suelo y toma un trago del vino en cartón que tiene. La vieja con la mano les da a entender que son unos sinvergüenzas y que posiblemente no tienen importancia y ellos se ríen. Ese que escupía lo hace de nuevo. Y se van caminando soberbia y amistosamente, se ve como sus cuellos se mueven y sus caras apuntan a las llantas más lujosas, y como uno de ellos se agacha y desenrosca un tapón (así con las cuatros ruedas) y como se ríen de nuevo y como caminan y ese que escupe lo hace una vez más y le pasa el vino en cartón al otro y éste toma un trago y se alejan mirando ruedas. Una bufanda se enrosca en el cuello de él. Siente los pechos. Se da vuelta y los toca. Ella sonríe y le dice “salí” y él sonríe y dice “ja!, tenía que intentarlo” y ella sonríe. “que quilombo” “si, que quilombo” y quedan en silencio y se fuman un cigarrillo cada uno. Ella tira la colilla primero, le saca cariñosamente la bufanda de su cuello  y vuelve al lugar. Él tira su colilla, apaga las dos con su pie derecho y se va.




El Precio De La Libertad - Daniel


     Sentado sin más que hacer frente a la computadora, mañana de esas tranquilas. Tuve hambre, o la simple sensación de querer salir a comprar algo y a eso me dispuse; abrigo encima y a caminar. Me sugerí en el camino un alfajor o algo con gusto a vainilla pero no supe qué, terminaría por decidirme luego. 
     Llegando a la primer esquina divisé unas pequeñas jaulas apiladas una arriba de otra, giré mi vista hacia la derecha y reconocí la pajarería tan atestada de gente como siempre. Volví la mirada en dirección a las jaulas, estaban próximas a mi y las vi en detalle. En la parte inferior se encontraba un conejo, el ángulo de mi visión era limitado desde mi metro y ochenta por lo que me incliné. Para mi sorpresa vi varios conejos y pensé qué espacio tan reducido para cinco conejos. Luego de unos segundos abandoné tal pensamiento y pasé a la jaula de arriba. Ahí había pájaros, pequeños y de muchos colores, parecían contentos y cantaban, o al menos eso se supone al escucharlos emitir esos característicos sonidos. 
     Fui corriendo mi vista en forma vertical, en las próximas tres jaulas vi distintos tipos de pájaros. Maldije internamente por no saber mas de ellos, por algún extraño motivo me habría gustado saber a qué especie pertenecían. Entre divagaciones mentales y sentimientos de pena divisé la presencia de una mujer a mi derecha; la miré y me preguntó cuál de todos me gustaba. Hice referencia a los conejos pero más que gustarme me daban la impresión de fastidio, esa pequeña jaula era definitivamente chica para ellos, estaban casi inmóviles. Interrumpí mi propio discurso diciendo que tan sólo me encontraba de paso, no tenía intensiones de comprar nada.
     Minutos más tarde me encontraba volviendo del quiosco comiendo un bocado que sabía raro, volví a pasar por la pajarería e inmediatamente la mujer me reconoció desde los adentros del local. Se acercó y preguntó en tono airoso si me había decidido a comprar algo. Le pregunté los precios de cada uno de los pájaros y por último el de los conejos. Eran ellos los más caros y parecían mirarme desde lo bajo cuando en ese momento se sumó a la escena una madre con su hija, ambas hablaban con voz apagada acerca de lo lindos que eran los pequeños animales. Sin decir nada volví con cierto malestar a mi caminar.
     Pensé en la libertad, ¿hay un precio que pagar?, ¿y pero cuando uno no tiene siquiera la oportunidad de pagarlo? ¿Cuál es la libertad para esos conejos o para esas aves? Pasar de una jaula en plena avenida a otra en un hogar para ser la marioneta de un niño, en el mejor de los casos, dulce, es y será el futuro de tales animales.
    Mi vida comenzó lo suficientemente llana como para no dar cuenta de este tipo de cuestiones, para no tener siquiera la oportunidad de plantearlas, y lo que hoy me entristece es pensar que nosotros los humanos también estamos encerrados en recipientes de igual proporción. Vivimos en un hogar, salimos a trabajar, a estudiar, de vacaciones y la posibilidad de jaulas nos parece lejana, o quizás incluso ni siquiera se plantea. Y esa posibilidad es la tragedia, porque claro, la libertad del canario cuesta veinte pesos pero la del conejo veinticinco. 
     Hay algo triste que todos deberíamos de saber, o al menos escuchar de vez en vez. Todos vamos camino a ser lo más cercano posible a lo que la sociedad quiere que seamos. Nos vamos a esforzar al máximo para ser lo que un ente quiere de nosotros. En el pasado se ponía en tela de juicio a padres que intentaban replicar en sus hijos sus fallidos propios sueños, hoy ni siquiera eso. La jaula ha aprendido el arte del camuflaje. Y mi pregunta es nuevamente cuánto vale la libertad. Pero la verdadera, no esa que me mueven de un sitio a otro para ser el títere de alguien más.

domingo, 9 de junio de 2013

Sin título. Analía

Me perdí el otro día en las profundidades del mar. Una corriente me arrastró hacia la orilla. Traté de soltarme de la red. Boqueé en la superficie, pero pude lograrlo. Llegué de nuevo hasta el coral. Los colores estaban exactos. Extrañé a mi familia. Los recordaré con escamas intactas. Los honraré, dejando en el agua, pequeñas partes de mi.

El soñador. Analía

El hombre dedujo que ellos querrían saber cómo lo había matado, suponiendo que lo habían llevado hasta allí por esa razón, con las manos esposadas y habiéndolo sentado en esa oficina. Siempre había pensado, por qué las oficinas y demás establecimientos de las fuerzas policiales, el gobierno, los departamentos públicos, son tan fríos y mal decorados. Por Dios! Deberían hacer algo con mejor gusto. Los colores tan horribles, la decoración escasa, no coloca en los mejores ánimos a quienes deben hablar. Cómo lo soportaban ellos? Bueno, debió sospechar que toda la gente que trabaja en esos lugares deben tener la conciencia limpia. Y como la mente está clara, poco importaban los colores que rodearían el trabajo diario. Aunque siempre supuso que dichas conciencias no están tan aseadas como aparentan. Pero luego declaró, que bien sería que ellos no le hicieran demasiado caso, ya que solía prejuzgar seguido y sin motivo previo alguno que le hiciera llegar a tales conclusiones. Él solía ser un hombre muy solitario. Vivía solo, todos los días de su vida, desde hace muchos años. Vivía apenas con lo indispensable. El único indicio de vida que había encontrado en todo ese tiempo había sido su imaginación. A veces, a la luz de la vela, usando platos por no tener candelabros, había creado con su mente mundos extraños. Sus personajes hasta tenían nombres. No saben Ustedes, ni sabrán, cuán orgulloso siempre estuvo de sus obras. Lástima que no las ha escrito. Solía pasear por la plaza de la calle central. Se sentaba en la glorieta, hasta que iba cayendo el sol, y elegía algún blanco que lo inspire. Y si bien antes había podido ver los árboles, las palomas, los ruidos de los caballos tirando los carros, un día decidió fijarse más, en los humanos. Si, los hombres siempre han sido un motivo de intriga para él. Todos esos seres despreciables que se creen importantes con sus sombreros tiesos en sus cabezas brillantes. Caminan altivos como jefes de familia, paseando de la mano con sus esposas o llevando niños, creyendo que por eso son más interesantes que cualquier otro ser en este mundo, o en ésta abarrotada y sucia ciudad. Aquel hombre no le había llamado la atención, confesó después. No era más que uno más entre todos. Visiblemente, era económicamente menos notable por su vestuario (y aquí él aclara que siempre fue un gran observador de los detalles), caminaba algo encorvado, sin darse aires de valer demasiado, no era altivo, ni buen mozo. No llevaba de su brazo a ninguna mujer, ni a ningún hijo. Este hombre pequeño que él observaba con frecuencia, normalmente aparecía a la misma hora, pasaba por la panadería situada en la Rue de Rivoli, seguía camino por el boulevard Haussmann y se perdía bajo la luz tenue de los faroles recién encendidos. Suponía que era un empleado mediocre, un simple ser que vuelve de su trabajo estresante por algún motivo, se dobla de forma natural, baja la cabeza, y camina sumergido entre los pensamientos oscuros de su tristeza o su soledad. Esa fue la razón principal por la cual jamás había reparado en él. Le interesaba más la mente del rico, su frialdad, su aparente esperanza, su semblante de felicidad hipócrita reflejada en su sonrisa falsa. Pero aquella tarde, todo cambió. Pobre de él. Había descubierto en aquel hombre que siempre pasaba sin que fuera objeto de su estudio, una sonrisa. Venía caminando con orgullo, se ponía derecho, aceleraba el paso. En su mirada se reflejaba de vez en cuando un recuerdo perdido, retomaba el hilo de los pensamientos y volvía a reír. Cómo lo odió en ese preciso instante! Solo su alma sabe cuánto y en qué medida. Solo su más intrínseco ser sabe la ira que vio nacer desde sus más profundas entrañas. Recuerda haber llegado a su casa, triste y oscura, más fría que la nieve del invierno, y haberle puesto un nombre a aquel sujeto tan despreciable. Por ese entonces, él trabajaba en su cabeza una novela donde el personaje principal era un rico muy rico, un hombre que acostumbraba llevar la bandera de la altanería de su condición hasta esferas que iban aún, más allá de lo que reflejaba. Así de detestable era. No tenía muy en claro hacia donde vagarían sus penurias en la novela, pero sí había planeado que sufriría bastante. Anthony le había puesto. No conocía bien la razón, pero creía que ese nombre lo había escuchado en personas de éxito, rebosantes de felicidad y con amabilidad fingida. Sin embargo, este otro, la nueva estrella principal de su ejemplar pensado, tan encorvado en otros días, no tenía denominación. Posteriormente formuló, que esas facciones nuevas que acababa de descubrir, hicieron que modificara la novela un poco. La trama seguiría igual, pero solo cambiaría el personaje. Lo emparentaría con ese ser, como quien cuenta la historia del nacimiento y la caída de un ídolo, y porque en definitiva, le gustó la idea. Si alguna vez leyó algo de historia fue en la infancia. Y siempre corrió hacia los héroes caídos. Aún los semidioses de la historia griega caen como hombres mundanos, por más progenitores imperecederos que tengan, con gloria aparente pero exentos de ella, porque su carne se consume, a fin de cuentas, como la de cualquier otro mortal. La idea de figurar en su obra a un hombre así, le hacía agua la boca. Pero tenía un problema. No tenía el cuerpo de la novela, solo su principio y su fin. Tenía que buscar la forma de inspirarse en este hombrecito insípido y detestable antes de que la noche negra de su alma oscura se hiciera presente por completo, tornándole más complejas las cosas. Entonces, comenzó a seguirlo. Iba cada tarde a la glorieta y lo esperaba para verlo caminar con su nueva muequita reluciente y asquerosa y lo seguía adonde sea que él fuera. Así fue como observó que el hombre pasaba por un ramo de flores en el Boulevard de la Magenta, y luego enfilaba hacia un barrio de calles empedradas y casas lindas, en donde una jovencita de su misma altura, muy bella y de vestidos finos, lo esperaba ansiosa para tomar el té. Previo al té, le daba un beso largo, él la miraba con aire estúpido, luego le besaba la mano, y rodeando su cintura la abrazaba por un momento extenso. Se le revolvía el estómago. Le daba asco. La cólera le hacía hervir la cara hasta tal punto, que un par de veces, observando expectante la escena cada día, más de un hombre pasó por su lado dejando una moneda y recomendándole que dejara de beber. Pero ni siquiera contestaba. La rabia por la felicidad recién brindada a este hombre pequeño y común era demasiado. No era esto lo que esperaba! No eran las horas de alegría ahora posadas en un hombre que debía sufrir! No se sentía tan solo entre su desgracia. No era la desdicha lo que aborrecía, era la felicidad espantosa que hace de los hombres las peores carroñas y provocan la mirada obligada a su altivez incentivando envidia! Y, sin embargo, no se avergonzaba de decirlo porque jamás se había acostumbrado a disfrutar de las cosas buenas que le pasaban a los otros. De niño, su madre, que siempre fue una mariposa, nunca tuvo tiempo para instruírlo en los placeres del regocijo con la felicidad de los demás! Amó los colores de la naturaleza porque, según decía, las plantas no sienten, pero odió los colores neutros que invaden cada ser sonriente con sus almas ennegrecidas al igual que la suya. Soñó en forma frecuente con los tiempos venideros en donde los colores reflejen realmente la integridad del ser. Si, los sueños era también, a su manera. Desquiciado hasta el extremo, y a punto de caer el ocaso en forma plena, decidió prepararlo todo. Llegó y terminó la novela, prontamente, de forma mediocre, sin preocuparse por el cuerpo de su construcción porque era el final a lo que quería llegar, ese final que le devolvería la calma y lo dejaría respirando tranquilo. Cuando terminó de pensar, tuvo una sensación de esperanza. Como la lágrima del tenor en el momento cúlmine de la ópera. Lo esperó a la medianoche, y sin que le temblara el pulso, le disparó certeramente en la peatonal que se abre de una de las esquinas de la plaza. Ese mismo día, una hora después, declaraba frente a un grupo de policías en la jefatura departamental, con mirada vaga y perdida. Y mientras el comisario, conmocionado por la exposición, llamaba al fiscal que intervendría en la causa, al acusado se le escuchó decir: -No puedo arrepentirme porque, verán, suelo encontrar felicidad en la desdicha y tengo además, el gusto de simplificar los sueños aún cuando se interponga la totalidad de la noche, como una sombra, enfrente de mi. -

sábado, 8 de junio de 2013

Capítulo de algo - Pablo

9 Yuri ingresó al lobby del aeropuerto de Rostov y vio la mano de Tanya que lo saludaba. La beso indomablemente mientras el verano de Don le facilitaba sentir la piel de su cintura. -“Hola”- -“Hola”- -“Estas linda”- Tanya vestía una camiseta verde y falda violeta a las rodillas, -“Gracias. Quería combinar con tu uniforme”- y se tiro encima de él para volver a besarse. Tomados de la mano caminaban hacia la salida. -“Ya arreglé todo. El miércoles por la mañana nos esperan en la oficina de registro y por la tarde el sacerdote accedió a una rápida ceremonia. Con esto de las celebraciones por el edicto, la iglesia esta siempre llena últimamente, pero puede convencerle y la desalojara para nosotros por una hora”- -“París bien vale una misa”- le dijo Yuri. Él era ateo y ella pertenecía a la minoría cristiana de Rusia. La religión no era un tema de conversación muy frecuente para ellos y cuando lo tocaban, era más por curiosidad que por creencia. Igualmente a Yuri siempre le habían resultado simpáticos los cristianos y admitía que habían hecho un gran avance al promulgar el edicto de Avignon y el fin del celibato. -“También tengo concertado lo de Paris. Una semana, como me dijiste. Nadie quería reservarme, todos los pasajes y hoteles están ocupados por las reuniones y reclutamientos. Tuve que hablar con Maurice para pedirle ayuda. Igualmente aproveche la llamada para invitarlo, hoy por la tarde estará llegando de Toulouse. Tu sabes como es, insistió con ser testigo”-, -“Eres muy hermosa y eficiente, por eso me caso contigo”-. -“¿Solo por eso?”- -“No también por esto”-. La envolvió con sus brazos y volvieron a besarse. Pasó su mano por sus labios y prosiguió: -“Para hoy a la noche he programado una pequeña cena de compromiso en casa. Nosotros, tu madre y tu hermana, mis padres y Maurice con Fiona.”- -“Me parece bien. Yo le he pedido a Tibor que sea nuestro padrino. Luego le debo confirmar para que venga el miércoles”-. Tanya lo miró y rió. -“¿Que pasa?”- preguntó él. -“Nada, que Klara me rogó ser la madrina. También ha movido sus influencias y el martes llegará junto con Stanislav desde Vladivostok”-. -“Comprendo, esos dos. Igual no me preocuparía, él viene con Katjia, y ella con Stanis, así que no les quedará otra que portarse bien”-. -“Me gusta lo ingenuo que eres amor. Lo mismo pensamos la otra vez y acuérdate lo que pasó. Irina llorando e insultando a los gritos y tu Atila sosteniendo y separando a Tibor y Fydor. No gracias. Estos dos son incontenibles. Si no puedes vencerlos únete a ellos, así que pidámosle que al menos sean discretos.”-, -“Bueno mi amor. Y hablando de discreción, me gustaría llegar a casa lo antes posible.”- y palmoteó a Tanya.

Mi caza - Pablo

MI CAZA
Camino con Dorka, cincuenta metros delante de mí. Se para en posición y me señala la presa. En silencio me acerco. Miro, escucho. La distingo: una perdiz a quince metros. Armo la escopeta, apunto y disparo. Miro, escucho. Le di. Ya sabiendo, Dorka la va a buscar y me la trae. La felicito. Es la cuarta pieza y decido volver a casa. Abro la tranquera. Miro, escucho. Poco humo saliendo de la chimenea y risas desde adentro. Dorka siempre junto a mí. Voy al depósito y cuelgo las perdices. Salgo y me paro frente a mi casa. Miro, escucho. Sombras fusionadas y muchas risas desde la habitación. Dorka a mi lado. Entro a la casa. En silencio me acerco. Abro la puerta. Miro, escucho. Desnudez sorpresa, explicaciones, gritos, dos disparos, silencio. Voy al comedor y hecho más leña al hogar. Cuando vuelva no quiero una casa fría. Salgo y Dorka me recibe con alegría. Camino hacía la tranquera y giro hacia la casa. Miro, escucho. Tranquilidad y mucho humo. Volvemos al bosque para seguir con mi faena. Todavía me faltan seis piezas para llegar a la docena. Miro, escucho. El bosque me llama. Dorka sigue a mi lado.