Roma
Los locales de marcas internacionales
contrastaban con esas calles cargadas de historia, esas fuentes imperiales con
leones que reflejaban el sincretismo con
el oriente, los campaniles, las columnatas vaticanas, Santa María Maggiore con
sus retablos majestuoso, gente de toda parte del mundo lo cual la convertía en una ciudad cosmopolita. Todo provocaba a cada
paso una sensación de felicidad que ni siquiera
había podido sospechar.
Muchas veces había imaginado el estar
allí, en ese lugar que había aprendido
amar a través de las fotografías que su
padre había guardado en una vieja caja de zapatos. Pero a diferencia de él,
estas fotos no representaban recuerdos, sino una gran ilusión.
Desde el cuarto que alquiló en la
calle Via Boesio, podía ver la cúpula del Vaticano, si bien no era un ferviente
católico no podía dejar de emocionarse, esa imagen le permitía corroborar que
su sueño por fin se había hecho realidad. No tuvo en cuenta el cansancio que el
vuelo había dejado en su cuerpo, y se lanzó sin pensarlo ni siquiera un segundo
a descubrir todos y cada uno de los rincones que tanto había deseado ver. La
alegría, la emoción, la sorpresa, la euforia, generaban en su pecho un coctel
perfecto que hacía que su corazón latiera totalmente desenfrenado.
El anochecer lo encontró en el Trastévere, ese barrio a orillas del Tiber
que con sus calles adoquinadas, con sus bares y cantinas lo invitaban a comerse unos suculentos
vermichelis a la vongole. No lo podía
creer: - Es verdad!! Se decía,
finalmente estoy en Roma… mientras disfrutaba de su copa de vino tinto.
La excitación hizo que esa primera
noche en la ciudad de los césares, provocara un insomnio interminable. Con tan
solo un par de horas de sueño salió nuevamente a descubrir a la maravillosa y
enigmática Roma. Un plano recogido en el lobby del hotel le permitió organizar
mejor su recorrida, la cual ya había imaginado
una y mil veces en Buenos Aires.
Al pasar los primeros días, buscando
algo en su valija encontró una dirección, que ya había olvidado, se la había dado un amigo por si surgía algún imprevisto, ya no acordaba ni
siquiera el nombre de la persona conocida, la nota que decía simplemente –
Francesca 045…., se metió el trozo de papel en el bolsillo aún no sabía si
la iba a llamar o no.
Luego de recorrer el Foro, el Circo,
la Bocca de la veritá se dirigió al Coliseo tan apresurado como si fuera a ver
una lucha entre gladiadores, cuando buscó en su billetera unos euros para pagar
la entrada, volvió a encontrar el papel con el número de Francesca y pensó que
apenas terminara el recorrido la llamaría.
Buscó el teléfono público más cercano
y marcó los números que figuraban en el papel. Bastó un Pronto ¿chi discorso?
para que naciera la necesidad de conocerla. Luego de aclarar quién era
acordaron en encontrarse a las ocho en Piazza Navona.
Ya no era un hombre joven, pero pensó
que tal vez esa mujer desconocida y con un dulce acento italiano sería el
condimento indicado para que este viaje fuera perfecto, ¿por qué no un amor en
Roma? pensó, sonriendo mientras se colocaba unas gotas del perfumen que había
comprado en el free shop.
Salió con el tiempo suficiente para ir
caminando hasta el lugar que habían acordado, mientras fantaseaba ¿Cómo sería?, ¿A dónde la invitaría a cenar?, y tarareando
una vieja canción de Mina que conocía a la perfección…
La vida le sonreía, su sueño se había
cumplido estaba en su adorada Roma, y a punto de encontrarse con una mujer.
Esperando parado junto a la fuente de los Cuatro Fiume, sorpresivamente el encanto
se rompió, un dolor punzante en el medio del pecho le cortó la respiración todo
era muy confuso, no supo cuantos minutos transcurrieron, a lo lejos se
escuchaba la sirena de una ambulancia, los paramédicos actuaba…Solo pudo
articular un pensamiento…Después de una
visita a Roma decimos que no necesitamos conocer más…Que no necesitamos vivir…
Qué lindooooo! MUY LINDO! Me encanta que sea tan descriptivo, y a la vez, que guarde una historia en su interior. Y me encanta la foto. Nunca te dije, entre nuestras charlas (ah si, ya sabés quien soy, no hace falta mi nombre), que tengo una amiga muy querida viviendo ahí, y a veces me describe las cosas (como puede, por el idioma), de una forma tan detallada que me hizo acordar a ella. Y ahora que termino de escribirte, me asalta la melancolía. Ando un poco melancólica desde hace varios días, pero en este caso, es por tu maravillosa historia. Es una buena clase de lágrima. La dulce, no la que tiene sal.
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