lunes, 29 de julio de 2013

Mauro Litvak - (el de la ranita)

(este es uno de esos que como dijeron ambos coordinadores alguna vez ...ya me pudrí de leerlo yo solo. lo tengo de hace un tiempo...cada vez que lo leo me corrijo algo y se que hay mas por corregir o por omitir. por favor no duden en señalar y corregir libremente... el "titulo" todavia no sé si es el "titulo". 
perdon si el formato es incomodo de leer, lo escribí así y si le saco el formato se pierden un monton de cosas.)



PORQUE ELLA NO SE OCUPA, LA RANITA SE ESCAPA

Después de estar un tiempo mirando nada, veo una ranita saltando. Me sobresalto por la sorpresa, pero rápidamente, por el movimiento, supongo, me doy cuenta de que es una ranita. Una vez que estoy segura, me decido a atenderla: Con algo de torpeza le digo “hola”. No me responde, se mueve. “o eso quisiste decir” le pregunto, y ya no se mueve. Ahora creo que estamos hablando. Se queda quieta un segundo y pega un par de pequeños saltitos, sin escapar. Le hago un gesto, como preguntando a donde quiere ir. Entonces, mientras la ranita me mira asustada, el ruido de ellos inunda el clima. La rana no consigue esconderse.
     Mi novio y sus amigos habían salido a dar una vuelta. Estamos en el sótano de uno de ellos y vienen de comprar algo en la Shell, y supongo que fumaron faso. Mi novio y el anfitrión bajan haciendo un ruido torpe, como rompiendo un triste silencio.
Ellos se sorprenden y hacen exclamaciones: “una rana boludo!” y primero reaccionan con susto, después se ríen (de ellos mismos, supongo) y quieren conseguir atraparla. Mi novio se apura a decir “es una rana chabón, agarrála” y el otro se apura, entonces, a querer agarrar. La rana escapa de a cortos saltitos. Muy rápidos, ellos se asustan con cada brinco y reaccionan al instante, es gracioso. Me gusta pensarlo como un trémolo visual, la secuencia se corta y se detiene rápidamente, sin ser abrupto ni torpe, como si faltaran fotogramas. Los muchachos escandalizados, no parecen llegar nunca, la ranita sabe que estoy de su lado. Dije gracioso, me arrepiento, no sé, me invade la tristeza. El aire me aprieta con un dedo afilado, hay extremo peligro, adrenalina; ella me mira, imaginen sus ojos ahora, no son saltones, explotan, los míos también. Hola le grito. Creo que no me escuchó. Es que no hay más tiempo, ellos se acercan.

Hoy es el día del fin del mundo. Estamos de noche en el jueves 20 de diciembre del 2012. Mi novio y un amigo querían juntarse a escuchar discos pero fracasó la reunión. Nadie cumplió con la idea de armarse un buen compilado de canciones apocalípticas, o algo así. Durante mucho tiempo estuvieron entusiasmados con esa idea, y tomar unas birras, pero hoy que llegó el día nadie se acordó y no hay nada de eso. Al principal amigo, con el que tuvo la maravillosa idea mi novio, le dio paja venir. Pero el anfitrión se acordó sobre la hora y estamos en su casa. Estamos la mitad de los pensados.Y tomando cerveza. Y creo que fumaron faso. Así que me río y juego con una ranita. Que ellos tratan de atrapar.
     Pero tienen miedo. Mi novio dice que le parece una ranita preciosa y que no se anima, el amigo amaga un intento, pero tampoco. Le da cosa. Así entonces se acuerdan del otro, el amigo faltante. Creo que está en el baño. Tal vez porque es el más grandote, parece más rudo, puede que sea por una cuestión social (que yo creo que no existe pero es parte de nuestra cultura en este momento, y no aprendo a superarlo) o tal vez porque es de un barrio supuestamente más bajo y tiene “más vida”. No sé, creo que por eso suponen que, tal vez, el amigo del baño, pueda agarrar a mi amiga la ranita. Para llevarla afuera hay que hacer un trámite bastante espantoso para el anfitrión. Que, encima, ofrece una especie de invitación (de compromiso, me parece) diciendo “uh, encima hay que llevarla afuera, que quilombo”. Lo que mi novio interpreta es que hay que agarrar a la ranita y subir las escaleras del sótano, abrir una puerta de madera pesada y caminar por un largo hall de entrada de una casa antigua y enorme, con piso de madera. Todo hace un ruido terrible, hacerlo; con una ranita, y, encima, abrir alguna de las ventanas de madera, pesadas y enormes, para dejarla libre es el “quilombo” al que se refiere el anfitrión. Porque están los abuelos durmiendo. Entonces, en ese momento, escuchamos a Rúben.
Rúben estaba en el baño. Cuando volvieron de la rondita de faso, mi novio y el anfitrión bajaron, y Rúben fue directo a no sé qué. Entonces ahora se escucha el ruido de la cadena y piensan que seguro Rúben puede sacar a la ranita. Cuando se dieron cuenta que estaban salvados se relajaron bastante. Mi novio se acerca y pregunta  “¿viste eso?”, le digo que sí, y que también me parece simpática, “es linda”. Le dije que la dejemos con nosotros.  El anfitrión se estaba prendiendo un cigarrillo y dijo que no, que no podía tener una rana en el sótano, porque su viejo que blablablá. Mi novio se ríe y me pregunta que porqué me parece simpática. Le digo que hablé con ella muy poco pero que me saludó muy amable. Entonces mi novio insiste en que se quede con nosotros, que la dejemos escuchar música, tomar birra y eso. Es que, aunque nadie había hecho compilados apocalípticos, estamos escuchando un disco de los Bush Tetras que puse yo, por suerte. Pero demasiado tarde, Rúben ya está bajando, pobrecita. Alarmado y orgulloso de su descubrimiento grita: “che una rana, boludo… Hay que sacarla”.
Yo no quise decir nada, mi novio dijo que la ranita hablaba y qué como es simpática podíamos incluirla, el anfitrión se cagó de risa con eso, después dijo que no, y Rúben preguntó qué si la sacaba. Le dije que no y él me dijo, con tono bromista seductor, “¿cómo qué no?” y yo le contesté, siguiendo su joda, su tono: “¿qué no que, eh, qué no qué? Y nos reímos, y el anfitrión dijo “algo tenemos que hacer”.
Afuera era un quilombo sacarla, además no sabíamos quién iba a hacerlo. Porque como había pensado mi novio, supongo: que no es lo mismo hacerlo con la rana 20 segundos, en la mano, y tener una ventana cerca o algo, y rápido poder liberarla; que toda una travesía tenebrosa, por el acecho de los abuelos y los ruidos de la madera chillona. Y el peligro que eso conlleva. (Lamento decir esa palabra, pero no encuentro otra mejor). Ahora Rúben decide sacarla, “ya fue”. La discusión empieza: que si es bardo, el ruido, que no la podemos dejar acá. Ese tipo de cosas. Yo no digo nada, sabían mi opinión. Un poco me río, porque me gusta.
Al fin la ranita es agarrada. Después de bastante esfuerzo, y no se crean que no ayudé, aunque tardé un poco. Rúben pudo agarrarla. Viscosa en la mano de ella se resbala, apretar y ceder al dolor ajeno, sentirse sorprendida por el daño ocasionado y gritar y reir nerviosamente, mirar su mano enchastrada y secarse con la ropa, volver la mirada hacia adentro y no poder verse por la parálisis del colapso de la vergüenza.  Decía,… que (Rúben) ya lo había hecho un par de veces. Que en la granja en la que trabajaba el viejo solían pasar esas cosas. Nosotros sabíamos, vagamente, que un par de veces recolectó huevos, y yo supongo que limpiaba bosta de caballo. Pero ahora lo que hacía era tenerla sujetada con fuerza, apretujándola, y sin pensar en el bienestar de ella ni un segundo. Entonces la miré con pena y le dediqué un saludo silencioso. Ella con dificultad, y gesto de dolor y terror, me miró con ojos cargados y explosivos, a punto de reventar, saliéndose de sus huecos gelatinosos y verdes, apuntándome, gritándome,  de bronca, como diciendo cobarde, y yo primero no entendí, ¿Qué pasaba? quise pedirle perdón. Pero creo que no me escuchó: Rúben subía las escaleras con la ranita sufriendo en sus manos.
Me siento horrorosa. Los huesos pesan demasiado y la garganta se achica. Fui mala, no hice nada, estuve juzgando y juzgando. Riéndome. No hice nada por la ranita y ella, ahora, me odia.
Me levanto, angustiada, y me hago la distraída, mi novio me mira y se acerca. Mientras, el anfitrión le dice a Rúben que tenga cuidado, que no haga ruido. Y Rúben, que ya estaba subiendo, le dice que sí, quédate tranquilo. Yo estoy angustiada y mi novio se acerca y me agarra de la cintura; un poco sexi y creo que me gusta, pero no ahora. Me siento mal y angustiada. Se da cuenta y siento que me mira raro, pero lo ignoro. Me mira más raro, como diciendo que la rara soy yo. Pero a él no le importa la ranita, que Rúben aprieta, estrangula…
Entonces ella se preocupa. Y está tan preocupada porque no pudo ocuparse. Ella no llega a alcanzar a Rúben. No se ocupó y dudó mucho, todo el tiempo. Entonces cuando ella llama Rubén; Rúben abre la puerta. Entonces todos sabemos que el peligro de los abuelos acecha…Lo que pasa es que la puerta no abre y Rúben, sorprendido, deja caer la ranita. Que libre, y aliviada, logra esconderse en el sótano.


Cuando estuvimos de nuevo juntos, todo empieza de vuelta:
Yo me senté cómoda pero inquieta, en silencio. Así no llamo la atención. Y el anfitrión que dice “che!”, mientras se prende un cigarrillo. Y Rúben dice “che, no abre”. Yo me quedo en silencio y veo que mi novio se mueve nervioso, se da vuelta y hace gestos preocupación.

 La ranita los mira desde atrás de un cuadro
El cuadro apoyado en el piso es de Vilas. Una gigantografía enmarcada del tenista de joven. Con su bincha clásica y dando un revés. Ella lo está mirando desde una silla muy cómoda. La luz alumbra la parte del cuadro, el fondo del sótano. Y a la derecha está la escalera, donde está Rúben sentando. En el medio hay una mesa cubierta de un mantel de pool, donde está el anfitrión. El novio, más bien, del otro lado del cuarto, que no es muy ancho, se mueve al ritmo de la música. Incluso se da cuenta de que le están prestando atención, y va y le sube. Suenan los Bush tetras, al mango,you can’t be funky / you can’t be funky
Me mira y sonríe. Creo que mi novio y sus amigos están fumados. Es obvio y me altera. No tengo razón y no puedo demostrar nada porque nada me justifica. Espero que no se den cuenta, encima quiero salvar a la ranita. Y me parece que se han olvidado. Rúben repite pero nadie le presta mucha atención: “che, no abre!”(…)”¿se dan cuenta que..?” y lo miro y me mira, levanta las cejas, como si algo brillante hubiera dicho, nadie dice nada, mi novio sigue bailandoYou can't be funky / You can't be funky. El anfitrión está sentado con su cigarrillo y sus pensamientos, tal vez el futbol o alguna fantasía homosexual, o tal vez no piense. El anfitrión no funciona muy bien sin condimentos, o mejor dicho, sin nafta, se pide nafta, piensa y después: lentamente, y casi con esfuerzo, y un suspiro, mira una cerveza. Y todo esto con mucha lentitud, y como si su mente realmente pesara demasiado, como si fuera todo; el anfitrión agarra la botella, la mueve, está vacía.
-  che que paja. No hay más birra
-  che, no abre –
- fíjate bien, a veces se traba – dice el anfitrión
- no abre boludo, fíjate. – responde Rúben.
     Yo desde mi lugar, cómodamente sentada pregunto si estamos encerrados en el sótano el día del fin del mundo. Y todos empiezan a cagarse de risa. Yo también me río un poco.
     La ranita, atrás del cuadro de Vilas, los sigue mirando.
Me levanto y me acerco a mi novio.Hago un par de movimientos ligeros y a ritmo, pero no quiero bailar.Solo estiro el tiempo, y lo que hago es buscar a la ranita. Ellos claramente se han olvidado. Empiezan a estar preocupados por lo de la puerta. Rúben un poco, casi demasiado. Al cabo de unos minutos, mientras yo estoy atenta al piso y fijándome atrás de los muebles y eso, veo que los tres suben la escalera y forcejean el picaporte. “qué raro!” dice el anfitrión. “Llamemos a tu viejo” le dice alguno.Ya no les presto mucha atención y me acerco a un cuadro, de un tenista. Me pregunto qué clase de persona tiene un cuadro de un tenista en su casa. El cuadro está apoyado sobre el piso, inclinado hacia atrás para mantenerse parado, así se mantine, por el ángulo que forma, como una cueva, en relación a los noventa grados del piso y la pared; y yo mientras: me acerco. Camino agachada y atenta, la cueva que se forma entre el cuadro y la pared está totalmente oscura. Escucho de arriba: “no hay señal, no puedo, no creo que ninguno tenga señal, boludo”. Desde pequeña me pasa que a veces no coordino bien al caminar, más que nada es al caminar, con las manos si soy buena, pero camino mal y eso, y me costó muchísimo aprender a andar en bicicleta por ejemplo. Porque mi pie derecho avanza cuando no debe y golpea el cuadro, un puntapié seco y fuerte, ¡PLAC! El cuadro se cierra de golpe. Ruido seco y fuerte, contra la pared. Los chicos se asoman, bajan corriendo, preguntan qué pasó. Los miro, pido perdón, fue sin querer. La foto del tenista estaba completamente recta, contra la pared, noventa grados, la corrí para ponerla como estaba, formando la cueva de vuelta. Veo como sus rostros se agrandan, se expanden mejor dicho. Sus ojos, sus bocas, se forman tres OH perfectas y al simultáneo, todo en silencio. Lo sé: verde viscoso aplastado, la ranita muriendo.


“La concha de cristo” dijo mi novio. Yo hice un ruido raro, estaba realmente apenada. Me impresionó mucho y sentí muchísima culpa. Realmente no estaba bien eso, no era justo. Pobre ranita.
Cosas como “que garrón, la puta madre y ¡uh boludo!” decían los chicos. Yo me tapé la boca y la seguí observando un rato, me llené de horror, estaba enojadísima conmigo mismo. Me di vuelta y me senté en la silla más cómoda. Ahora estábamos encerrados en el sótano el día del fin del mundo con una ranita muerta. Más que nunca había que sacarla afuera, yo quería despedirla como dios manda, de verdad, me sentía triste y con muchísima pena. Mi novio se me acercó y me dio un beso en el cachete, yo quería llorar, pero no lo hice. Entonces:
Rúben repite “che, se mueve”. Al anfitrión algo de todo aquello le resultaba muy gracioso, a Rúben, entonces, también. Estoy segura que fumaron. Mi novio decía que era un asco, que garrón y todo eso. Yo empecé a putear a Rúben, que se reía muchísimo y se hacía el canchero. Le dije que cierre el orto, “pelotudo!” pero creo que nadie deja de hacer nada por esas palabrotas, y menos Rúben, que cuando quiere es un sorete. Más cuando está fumado, y eso. Mi novio la intentaba caretear con ese tema, realmente no quería quedar como un boludo en frente mío, me doy cuenta, aunque pienso que él no debería reprimir tanto sus sentimientos, en general, pero más cuando está loco, porque sería mucho más piola y posiblemente no me molestaría…de verdad la ranita movía sus patas y yo no quise levantarme. Pedí que hagan algo, mi novio dijo “si, dale loco, ya fue” y Rúben dijo “bueno, pero yo ya la toqué.” Todos nos quedamos mirando al anfitrión, que tardó en reaccionar y nos fue mirando uno a uno. Dijo que no, ni a palos. Entonces mi novio le dijo que bueno, que iba a quedar la ranita muerta ahí, siempre, hasta podrirse. El anfitrión lo miró con cara de bronca, seguido de una sonrisa, todos se rieron: “hacélo vos” dijo. Nos quedamos en silencio un momento.
Antes de pensar en cómo sacarla afuera, o despedirla como dios manda, o lo que sea;lo que hay que hacer es sacrificarla. Habían pasado varios minutos y la ranita seguía viva, o eso creemos. Estaba sufriendo. Alguien tenía que matarla.
La cosa estaba entre mi novio y el anfitrión, la excusa de Rúben era válida, o por lo menos irreprochable. Él ya lo había hecho, o por lo menos intentado. No sé muy bien por qué, a mí ni me miraron.
     La bolsa que adentro tiene una rana rebota tres o cuatro veces. Las ranas tienen huesos finitos y crujientes. Suenan, se parten, se astillan. Todo se escucha y resuena en el baño. Las caras de los espectadores en silencio, reflejan dolor, o lo intentan, algunas más sinceras que otras. La única chica se tapa las orejas, su cara triste, de verdad, se siente culpable, angustiada. El anfitrión es el verdugo. Estalla, en el baño, una bolsa con una ranita agonizante adentro.Hasta que se deje de mover por completo no para. Son tres o cuatro los golpes, y la bolsa rebota.
- ¿Listo? – pregunta mi novio
- Sí, creo que ha muerto – responde el verdugo.


Estamos en silencio desde hace un rato. El anfitrión la verdad que tuvo coraje. Dejó la bolsa quieta en el baño y bajó. Quedaba un poco de cerveza y se la sirvió toda para él. Nadie le dijo nada.
-¿qué hora es? – pregunta Rúben al rato.
- las tres y algo – responde mi novio – queda una birra ¿la traigo?
     Nos acordamos. “la concha de cristo”. Sube y se escucha que intenta de nuevo. La puerta no abre. “pobre ranita” dice, debe estar viendo la bolsa. Se escucha que intenta de nuevo, no abre. Baja y todos lo miramos, nadie dice nada. Silencio.
Estamos en el sótano encerrados, me quedo dormida. Cuando despierto los chicos están acostados también.Cada uno donde pudo. Creo que voy a dar una vuelta. Me levanto sin hacer ruido. Rúben se agarró el mejor lugar, el sillón de dos plazas, y él ocupa ambas. En la misma silla, con medio vaso de birra caliente, duerme el anfitrión. Y mi novio, también dormido, me pregunto cómo, debe estar incomodo, contra la pared, sentado, al lado del cuadro del tenista. Paso en silencio sin hacer ruido y subo las escaleras. Entro al baño, veo la bolsa pero no la miro. En el espejo me odio, me siento. Hago pis con los ojos cerrados. No hay papel. “que poronga!” susurro. En el espejo me odio de nuevo mientras me lavo las manos y, ¿recuerdan eso de que camino mal? Va de nuevo:
     La chica camina como si se odiara, como si estuviera viendo su odio. De tal forma que no se mira, por lo tanto, camina mal. Al dar un paso hacia atrás pisa una bolsa que hay en el suelo. La bolsa contiene una ranita aplastada y triturada. El pie de la joven se hunde despacio y, con la torpe reacción del susto, despega muy rápido. Entonces la chica empieza a gritar. Golpea el espejo y las paredes, grita muchísimo. Tres varones de su misma edad suben corriendo la escalera. No llegan a terminar sus palabras, que supongamos que son de preocupación - juzgo por sus rostros - que ella los empuja. Los tres jóvenes habían subido corriendo uno tras otro por una escalera finísima.Con el empujón se genera el famoso efecto dominó. Los varones van cayendo, amontonándose en  el suelo del sótano. La chica fuera de sí golpea la otra puerta que hay arriba de las escaleras, la que comunica ese baño y el sótano con el resto de la casa. Pero no, está cerrada, y del otro lado... no hay respuesta. Entonces:

Ella se hecha, acurrucada, doblada sobre sí, con las manos tapando su rostro. En crisis nerviosa, sola, o mejor dicho, con una rana y tres amigos, todos muertos, en un sótano, el día del fin del mundo, está encerrada.

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